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mágico candor, tan luciente que deslumbraba la
vista. Tenía una longitud de muchas millas.
Ofrecía toda la magnificencia de un regio estrado.
Como ornato, sobre la franja que corría a lo largo
de su borde, se veían varias inscripciones en
caracteres dorados.
Por un lado se leía: Beati immaculati qui
ambulant in lege Domini.
Bienaventurados los puros que andan por los
caminos de la ley del Señor.
Y en el otro: Non privabit bonis eos qui
ambulant in innocentia. No dejará sin bienes a los
que viven en la inocencia.
En el tercer lado: Non confundentur in tempore
malo; in diebus famis saturabuntur. No se sentirán
confundidos en el tiempo de la adversidad y, en
los días de hambre, serán saciados.
En el cuarto: Novit Dominus dies immaculatorum
et haereditas eorum in aeternum erit. Conoció el
Señor los días de los inocentes y la herencia de
ellos será eterna.
En las cuatro esquinas del estrado, en torno de
un magnífico rosetón, se veían estas cuatro
inscripciones:
Cum simplicibus sermocinatio ejus: Su
conversación será con los sencillos.
Proteget gradientes simpliciter: Protege a los
que suben con humildad.
Qui ambulant simpliciter, ambulant confidenter:
Los que caminan con sencillez, proceden
confiadamente.
Voluntas eius in iis qui simpliciter ambulant:
Su voluntad se manifiesta a los que viven
sencillamente.
En mitad del estrado, había esta última
inscripción: Qui ambulat simpliciter salvus erit:
El que procede con sencillez será salvo.
((**It17.723**)) En el
centro de la pradera, sobre el borde superior de
aquella blanca alfombra, se levantaba un
estandarte blanquísimo, sobre el cual se leía
también escrito con caracteres de oro: Fili mi, tu
semper mecum es et omnia mea tua sunt: Hijo mío,
tú siempre has estado conmigo y todo lo mío te
pertenece.
Si don Bosco se sentía maravillado a la vista
del jardín, más le llamaron la atención dos
hermosas jovencitas, como de doce años, que
estaban sentadas al borde de la alfombra donde el
terreno formaba el escalón. Una celestial modestia
se reflejaba en todo su gracioso continente. De
sus ojos constantemente fijos en la altura, fluía
no solamente una ingenua sencillez de paloma, sino
que también brillaba en ellos la luz de un amor
purísimo y de un gozo verdaderamente celestial.
Sus frentes despejadas y serenas parecían el
asiento del candor y de la sinceridad; sobre sus
labios florecía una alegre y encantadora sonrisa.
Los rasgos de sus rostros denotaban un corazón
tierno y fervoroso. Los graciosos movimientos de
la persona les comunicaba un aire tal de
sobrehumana grandeza y de nobleza que contrastaba
con su juventud.
Una vestidura blanca les bajaba hasta los pies,
sobre la cual no se distinguía ni mancha, ni
arruga y ni siquiera un granito de polvo. Tenían
ceñidos los costados con una faja bordada de
lirios, de violetas y de rosas. Un adorno
semejante, en forma de collar, rodeaba su cuello
compuesto de las mismas flores, pero de forma
diversa. Como brazaletes llevaban en las muñecas
un hacecillo de margaritas blancas.
Todos estos adornos y flores tenían formas y
colores de una belleza imposible de describir.
Todas las piedras más preciosas del mundo,
engarzadas con la más exquisita de las artes,
parecerían un poco de fango en su comparación.
Sus blanquísimas sandalias estaban adornadas
con una cinta blanca de bordes dorados con una
graciosa lazada en el centro. Blanco también, con
pequeños hilos de oro, era el cordoncillo con que
estaban atadas.
Su larga cabellera estaba sujeta con una corona
que les ceñía la frente y era tan
(**Es17.626**))
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