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((**Es17.625**) 21 Carta del padre rosminiano César Flechia a don Bosco Muy reverendo y querido amigo don Bosco: Como sé que V. S. está agobiado con muchas cartas y un sinfín de molestias y asuntos, aunque pienso a menudo en vuestra muy apreciada y venerada Señoría y deseo verle, sin embargo me abstengo y no me atrevo a aumentar sus molestias y hace mucho tiempo que ni siquiera le escribo. Pero ahora, deseando obtener un favor de V. S., me levanto de la cama, que me tiene atado por culpa de una pierna enferma, y le escribo. No sé si V. S. está a favor o en contra de las doctrinas del padre Rosmini, pero como quiera que sea, esto aparte, cada uno es dueño de opinar como mejor crea; empero sé que V. S. conoció personalmente a Rosmini; ahora bien, como el padre Paoli, después de escribir su vida en compendio, está dedicado actualmente a escribir sus virtudes, desea y pide a las personas que lo conocieron (aunque ya algo tarde, pues la mayoría ha muerto), un testimonio de sus virtudes, según piensa cada uno ante Dios que las poseyó y distinguió con la gracia divina para gloria de Dios mismo. Lauda post mortem, y ya recibió más de trescientos por escrito; por eso, por mi medio, ((**It17.722**)) le pide humildemente, y yo también le pido, que nos dé el suyo y el de aquéllos de su santo Instituto que lo conocieron. Digan y atestigüen todo lo bueno que sepan y puedan en conciencia atestiguar, sobre la virtud y santidad del padre Antonio Rosmini, con su firma. Este es el precioso favor por el que le escribo y molesto y por el que, en consecuencia, le doy gracias anticipadas, suplicándole se digne honrar todavía una vez más el santuario de la Sacra con su presencia. Beso con reverencia sus manos, imploro su santa bendición y encomiendo a sus santas oraciones, y a las del carísimo don Miguel Rúa y de todos los suyos, a este pobre anciano decrépito, que los quiere y se honra con ser De V. S. Rvma. 12 de junio de 1884 Su humilde y seguro servidor, CESAR FLECHIA, Pbro. 22 La pureza y medios para conservarla Le pareció a don Bosco tener ante sí un inmenso y encantador collado, cubierto de verdor, en suave pendiente y completamente llano. En las faldas del mismo, se formaba un escalón, más bien bajo, desde el cual se subía a la vereda donde estaba don Bosco. Aquello parecía el Paraíso terrenal iluminado por una luz más pura y más viva que la del sol. Estaba todo cubierto de verde hierba, esmaltada de multitud de bellas y variadas flores y sombreado por un ingente número de árboles que, entrelazando las ramas entre sí, las extendían a guisa de amplios festones. En medio del vergel y hasta el límite del mismo, se extendía una alfombra de (**Es17.625**))
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