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Carta del padre rosminiano César Flechia a
don Bosco
Muy reverendo y querido amigo don Bosco:
Como sé que V. S. está agobiado con muchas
cartas y un sinfín de molestias y asuntos, aunque
pienso a menudo en vuestra muy apreciada y
venerada Señoría y deseo verle, sin embargo me
abstengo y no me atrevo a aumentar sus molestias y
hace mucho tiempo que ni siquiera le escribo. Pero
ahora, deseando obtener un favor de V. S., me
levanto de la cama, que me tiene atado por culpa
de una pierna enferma, y le escribo.
No sé si V. S. está a favor o en contra de las
doctrinas del padre Rosmini, pero como quiera que
sea, esto aparte, cada uno es dueño de opinar como
mejor crea; empero sé que V. S. conoció
personalmente a Rosmini; ahora bien, como el padre
Paoli, después de escribir su vida en compendio,
está dedicado actualmente a escribir sus virtudes,
desea y pide a las personas que lo conocieron
(aunque ya algo tarde, pues la mayoría ha muerto),
un testimonio de sus virtudes, según piensa cada
uno ante Dios que las poseyó y distinguió con la
gracia divina para gloria de Dios mismo. Lauda
post mortem, y ya recibió más de trescientos por
escrito; por eso, por mi medio, ((**It17.722**)) le
pide humildemente, y yo también le pido, que nos
dé el suyo y el de aquéllos de su santo Instituto
que lo conocieron. Digan y atestigüen todo lo
bueno que sepan y puedan en conciencia atestiguar,
sobre la virtud y santidad del padre Antonio
Rosmini, con su firma.
Este es el precioso favor por el que le escribo
y molesto y por el que, en consecuencia, le doy
gracias anticipadas, suplicándole se digne honrar
todavía una vez más el santuario de la Sacra con
su presencia.
Beso con reverencia sus manos, imploro su santa
bendición y encomiendo a sus santas oraciones, y a
las del carísimo don Miguel Rúa y de todos los
suyos, a este pobre anciano decrépito, que los
quiere y se honra con ser
De V. S. Rvma.
12 de junio de 1884
Su
humilde y seguro servidor,
CESAR FLECHIA, Pbro.
22
La pureza y medios para
conservarla
Le pareció a don Bosco tener ante sí un inmenso
y encantador collado, cubierto de verdor, en suave
pendiente y completamente llano. En las faldas del
mismo, se formaba un escalón, más bien bajo, desde
el cual se subía a la vereda donde estaba don
Bosco. Aquello parecía el Paraíso terrenal
iluminado por una luz más pura y más viva que la
del sol. Estaba todo cubierto de verde hierba,
esmaltada de multitud de bellas y variadas flores
y sombreado por un ingente número de árboles que,
entrelazando las ramas entre sí, las extendían a
guisa de amplios festones.
En medio del vergel y hasta el límite del
mismo, se extendía una alfombra de
(**Es17.625**))
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