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a una primitiva e incómoda tartana. Como el camino
era pedregoso, el carruaje iba a brincos,
descomponiendo de mala manera el estómago a don
Bosco. Vióse, por ello, obligado a apearse y hacer
a pie con mucho trabajo media hora de camino entre
guijarros y polvo, teniendo, además, que luchar
contra un viento fuerte y frío. Llegaron de este
modo a un castillo denominado Castilla, a cuyos
señores había prometido el día anterior una
visita. Ellos, que lo esperaban, al verle en aquel
estado, le prepararon rápidamente una providencial
taza de té. Y, al llegar la hora de la partida, le
ofrecieron su coche de dos caballos, en el cual
recorrió el resto del camino.
El hijo de los señores, que el año anterior se
encontraba gravemente enfermo y había ido a
pedirle la bendición, se presentó para darle las
gracias, ya que, a partir de aquel momento, había
comenzado a mejorar y se encontraba muy bien.
Durante la conversación se lamentaban todos de la
obstinada sequía, que abrasaba el campo.
-Diga usted una palabra al Señor, le
suplicaban, y el Señor nos enviará la lluvia.
-Sí, sí, respondió él, ruego por la lluvia y
mañana celebraré la misa según esta intención.
->>Cree usted, que lloverá?
-Sí, lo creo. El Señor ha prometido que donde
dos o tres se reúnen para pedir algo al Eterno
Padre, en su nombre, El estará en medio de ellos.
Nosotros estamos reunidos aquí unos cuantos para
pedir una cosa al Señor; por consiguiente, Jesús
está con nosotros.
-Pero nosotros somos muy malos y el Señor no
nos escucha.
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-Nosotros somos muy malos y no merecemos que el
Señor nos escuche; pero, en medio de nosotros,
está Jesús que hace nuestras veces.
->>Así, dice usted de veras que lloverá? Hace
poco menos de un año que no llueve.
-Sí, sí, lloverá. Hace unos días que el Obispo
ha ordenado se diga en todas las misas la oración
por la lluvia. El Señor no es sordo a tantas
oraciones. Preocupémonos solamente de no impedir a
Jesús que esté con nosotros.
Después de estas y otras conversaciones, tras
rezar para obtener la lluvia y dar la bendición a
todos, partió hacia otro castillo, La Bastide, a
media hora de coche. Allí tenían que pernoctar los
viajeros con la familia Obert. En la cena se habló
también sobre la lluvia tan necesaria y, de nuevo,
volvió don Bosco a prometer que llovería. La
señora contestó:
-Daría cualquier cosa, si lloviese.(**Es17.62**))
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