((**Es17.61**)un gentío
que se había trasladado hasta allí desde las
primeras horas de la mañana. Cuatro ómnibus de
Tolón, tres de HyŠres, uno de La Crau, y otros de
diversos pueblos habían llevado más de un centenar
de personas. Se había organizado una verdadera
peregrinación desde Marsella. Llegaron coches
particulares con nobles señores de las cercanías.
Acudieron también diversos párrocos con el Vicario
General de Fréjus y se presentaron el barón Héraud
y el arquitecto Levrot de Niza.
Los vigías adelantados dieron a las diez y
media el grito de que llegaba don Bosco. El gentío
salió a su encuentro y lo rodeó. El, siempre
tranquilo y dispuesto a contentar a todos, no daba
muestras de tener ninguna prisa. Todos aquellos
forasteros habían acudido para asistir a la
bendición de la nueva iglesia dedicada a María
Auxiliadora y construida con el dinero del conde
Colle. El Siervo de Dios descansó un rato y,
después de tomar un refrigerio, procedió a la
ceremonia, asistido por numeroso clero y el
Vicario General que cedió muy gustoso a don Bosco
el honor de presidir el sagrado rito. Estaban
presentes el abate Guiol, el inspector don Pablo
Albera, y un grupo de párrocos de las cercanías.
Terminado el acto, no quiso don Bosco que faltase
una breve conferencia 1.
El día veintiocho por la mañana hubo otra
función, pero toda ella en la intimidad: la
primera comunión del hijo y de la hija de los
vizcondes de Villeneuve. Se celebraba la fiesta de
San José, Patrono de la casa. Don Bosco celebró la
misa de comunidad y el Vicario General de la
diócesis predicó el panegírico en la misa solemne.
Fue una jornada de cantos y música y de alegría
desbordante.
El Santo no volvería a ver aquella escuela de
agricultura, la primera por él instituida; pero su
bendición no quedó sin fruto. La obra progresó
material y moralmente, hasta superar la
expectación de los mismos superiores y de los
bienhechores. Y hoy sobrevive después de tantos
avatares ((**It17.61**)) y lleva
visiblemente grabada la huella de aquella última
bendición paterna.
El domingo día treinta, después de vísperas,
salió don Bosco de La Navarre: un desagradable
contratiempo dióle ocasión de ejercitar la
paciencia. Tenía que ir a buscarle el coche de una
señora, que había prometido con gran júbilo
prestarle aquel servicio; mas por un malentendido
no fue. Por tanto, hubo que enganchar el caballo
de la casa
1 Recuerda aquella jornada la carta, que una
Cooperadora de Auxerre dirige a don Miguel Rúa
después de la muerte de don Bosco. Sólo tenemos la
copia, tal vez algo viada de la verdad en un
punto; pero es útil conocerla (Ap. Doc. núm.
6).(**Es17.61**))
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