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que la Santísima Virgen le conceda salud y
santidad para toda su familia y dígnese también
rezar por mí, que siempre seré en J. C.
Marsella, 17 de marzo de 1884
Su seguro servidor,
JUAN BOSCO, Pbro.
6 (El original en francés)
Carta a don Miguel Rúa
después
de la muerte de don Bosco
Reverendo Padre:
La triste noticia llegó aquí, íay de mí!, a
través de los diarios, la víspera de la
Purificación y yo la supe el dos de febrero,
jueves. Esta tarde, día tres, me llega su dolorosa
carta y me confirma la mil veces triste realidad.
El dieciocho de enero, escribía yo al R. P.
Director del oratorio de San León, de Marsella,
preocupada por la lectura de unos renglones
alarmantes publicados sobre el estado de salud del
venerado y tan llorado don Bosco.
No se dijo más y yo esperaba que las noticias
podrían haber sido falsas o al menos exageradas.
Desgraciadamente, después de unos días de
esperanza, llegó el último boletín de los tres
médicos tan afectos al venerado enfermo que
comprobaban, después del tres de enero, una
mejoría notable y progresiva hacia el
restablecimiento (Esta expresión me había llenado
de esperanza).
((**It17.702**)) Las
fervorosas oraciones no han retardado, íay de mí!,
más que unos cuantos días esa muerte tan hermosa y
edificante, después de una vida enteramente
consagrada al bien y al ejercicio de las más altas
virtudes de la caridad.
Esos trabajos incesantes, ese espíritu siempre
dedicado a las grandes obras realizadas o por
realizar, han acortado los preciosos días del
santo y venerado siervo de Dios y de su santa
Madre.
Lo repito ante usted, Padre mío: Dios es
esencialmente justo y bueno en sus inescrutables
designios y no hay más que inclinar la cabeza bajo
su mano, que nos hiere para probar nuestra
sumisión y nuestra fe. A pesar del vacío inmenso y
el profundo dolor causado a todos sus hijos, a
tantos muchachos, a patronatos y oratorios, a
todos los que le han conocido personalmente o por
sus admirables obras, no pueden ellos, sin
embargo, dejar de gozar con el pensamiento de que
posee la gloria y la felicidad perfecta y que la
corona de los elegidos ciñó su cabeza en el
instante mismo en que salió de esta tierra.
Porque, >>quién podrá poner en duda la inmediata
entrada en el cielo de esta alma grande y selecta,
de este siervo del buen Dios e instrumento
constante de sus inspiraciones divinas?
Sin embargo, Padre mío, y de acuerdo con las
reflexiones que le inspira el querido difunto,
será para todos nosotros una dulce ocupación, un
santo pensamiento presentar a menudo ante el Señor
este querido recuerdo.
Desde el cielo será, y lo es ya, este venerado
Padre, el guía, la fuerza y el inspirador
vigilante de todas las obras, que él confía aquí
abajo a todos sus celosos colaboradores. íNo, sus
obras no vendrán a menos jamás! Están fundadas
(como lo acaba de
(**Es17.602**))
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