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que saludaran, recibieran la bendición y se
retiraran, Las dos primeras cosas las observaban,
pero la tercera no había manera de lograrla. Los
grupos se arrodillaban enseguida; pero, una vez
recibida la bendición, se agolpaban a su
alrededor, poniendo en sus manos rosarios y
escapularios y entonces cada uno tenía una palabra
que decirle, una limosna que entregarle, una
bendición que pedirle para el hijo o la hija, para
el padre o la madre, para el pariente enfermo,
para necesidades familiares. Hubo un momento en el
que estaban arrodillados ante él hasta cinco
sacerdotes. Para aquel lunes había invitado a ir a
San León a los novicios, ya que no les había
podido hablar en la Providencia como él hubiera
deseado; pero no les fue posible a éstos decirle
una palabra.
Aunque estaba tan asediado, todavía encontró la
manera de cumplir dos ceremonias. Por la mañana,
bautizó y dio la comunión a un joven negro,
internado en el oratorio; la capilla lógicamente
estaba de bote en bote. Por la tarde, dio la
conferencia a los Cooperadores, con asistencia del
Obispo, que confirmó al negro. Fue breve y
sencillo: pidió a los bienhechores que le ayudaran
a pagar las facturas de panaderos y albañiles,
pues los muchachos no podían vivir sin pan y sin
techo. Monseñor apoyó y encareció sus
recomendaciones y, cuando estuvo fuera, dijo de
él:
-Habla como hablan los Santos; tan grande es la
eficacia y la unción de sus palabras 1.
Todos los años los alumnos de la casa hacían
una excursión a la finca del señor Olive, el
generoso Cooperador, que ya conocemos. En esta
ocasión el padre y la madre servían ((**It17.56**)) la mesa
de los superiores; y los hijos, las de los
alumnos. Habían preparado una rifa, para la que
cada uno de los superiores y de los muchachos
tenía su número, de suerte que a todos les tocaba
algún objeto; de este modo precisamente regalaron
su coche al oratorio de San León. En 1884, se hizo
la excursión durante la estancia de don Bosco en
Marsella; y sucedió un curioso episodio.
Mientras se divertían los alumnos por los
jardines, una sirvienta acudió apurada a la señora
Olive, diciendo:
-Señora, la olla, donde se cuece la sopa para
los muchachos, tiene un escape y no logro en modo
alguno poner remedio. Tendrán que quedarse sin
sopa.
El ama, que poseía una gran fe en don Bosco,
tuvo una idea. Mandó llamar a todos los muchachos
y les dijo:
-Escuchad: si queréis comer la sopa,
arrodillaos aquí y rezad un
1 Bull. Salés. mayo 1884.(**Es17.57**))
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