Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es17.56**) para ser recompensados por la Santísima Virgen, que las consideraba como suyas. El veintidós de marzo, fue a comer en casa del señor Broquier. Era un abogado muy conocido en Marsella; Pío IX le había encargado algunas causas, que interesaban a la Santa Sede. En otro tiempo, dominado por la manía de figurar, no se daba en la ciudad una fiesta importante a la que no acudiese para hacer alarde de su persona. Pero más tarde, meditando en la vanitas vanitatum de la gloria del mundo, había cambiado completamente de parecer y de sentimientos y vivía apartado incluso del foro. Tenía en casa capilla privada, donde pasaba buena parte del día en oración. Y, cada mañana, revestido con hábito de capuchino, ayudaba a la misa. Su mujer cantaba magníficamente; y, si en tiempos pasados, no faltaba nunca la señora Broquier para hacer gala de su voz en veladas públicas y en tertulias de las familias señoriales, ahora tampoco salía casi nunca, sino que trabajaba asiduamente agujando y calcetando para el oratorio de San León. Como eran muy ricos, los dos esposos gastaban mucho en beneficencia y socorrían a don Bosco con generosidad. Después de la comida era esperado el Santo en varios lugares, a los que no pudo negarse a ir; pero lo aguardaban especialmente las monjas de la Visitación. Una de ellas hacía verdaderamente desesperar a las superioras, al capellán e incluso al Obispo. Don Bosco no la conocía ni sabía una palabra de sus extravagancias. Pues bien, apenas entró arrodilláronse las religiosas a la espera de su bendición, y, mientras se encomendaban todas a sus oraciones, él, tomando a aquélla de la mano le dijo: -Rezaré especialmente por usted, para que el Señor le conceda esto y aquello, le libre de eso y de lo otro, y pueda usted hacer así y asá. Las hermanas, sorprendidas primero y emocionadas después, se miraban unas a otras llorando y diciendo: -íEsto es un milagro! Sugirióle, después, los medios para corregirse de sus defectos y aseguró a las superioras que, de aquel momento en adelante, ella no ((**It17.55**)) sería ya la de antes. Por la fiesta de la Anunciación, fue el capellán a decirle que la monja se pasaba las horas en la iglesia rezando, que había pedido perdón a las superioras y que, desde hacía tres días, daba buen ejemplo a la comunidad en todo y por todo. El día veinticuatro creció tan desmesuradamente la afluencia de visitantes que don Julio Barberis se colocó a la entrada de la habitación obligándoles a pasar en grupos de seis y de ocho y recomendando(**Es17.56**))
<Anterior: 17. 55><Siguiente: 17. 57>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com