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-Te encontrarás con Fulano. Dile que consuele
por fin a don Bosco.
Don Francisco Cerruti se lo prometió y, cuando
se encontró con tal señor, le refirió las palabras
de don Bosco. Quedóse aquél como aturdido y,
llevándose las manos a la cara, exclamó
nerviosamente:
-íLo que estoy haciendo! íCuántos disgustos he
dado a don Bosco!
Y no fue una emoción momentánea, puesto que,
como contaba don Francisco Cerruti, aquella misma
tarde fue a confesarse; después mudó de vida,
reparó los malos ejemplos y, a partir de entonces,
vivió cristianamente.
>>Y qué decir de ciertos rasgos suyos, cuya
incomparable finura nunca le faltó a pesar de
cualquier decadencia física? Un joven clérigo
destinado a asistirle especialmente para la
correspondencia epistolar, al manifestarle sus
propios defectos, le reveló que alguna vez,
vencido por una curiosidad indiscreta y abusando
de la confianza, había leído ciertas cartas que
consideraba podían interesarle; le pedía, pues,
perdón, prometiendo que no haría semejante cosa
nunca más. Don Bosco, por toda respuesta, apretó,
sonriendo,. contra su pecho la cabeza del clérigo,
tomó todas las cartas que estaban encima de la
mesa y las puso en sus manos.
Don Esteban Trione fue catequista de la sección
de estudiantes en el Oratorio, y tenía entonces
frecuentemente la suerte de poder conversar con
don Bosco, que apreciaba su candorosa y regocijada
bondad. Pues bien, recuerda él algunos sucesos de
dicho año, dignos de mención.
El primero se refiere a una de las molestias
que más hacían sufrir al Santo. Era la época más
calurosa del verano y don Esteban Trione paseaba
con él en la biblioteca. El Siervo de Dios
caminaba lentamente y muy recogido en sí mismo,
escuchando más que hablando. A cierto punto, se
detuvo y, encogiéndose de hombros con un
movimiento ((**It17.650**))
convulsivo, se dejó escapar, como si gimiese en
sus adentros, estas palabras:
-Si no le llevan pronto a algún sitio, don
Bosco, arde, arde...
Fue cosa de un instante y en seguida se serenó;
pero don Esteban Trione comprendió que era víctima
de un agudo sufrimiento. Y debía ser así, puesto
que el eczema que le inflamaba, desde hacía
tiempo, la piel de la espalda, se le irritaba por
efecto del calor y le producía una insoportable
picazón. Marchó, después, como ya hemos narrado, a
respirar las refrigerantes auras de Mathi.
Una tarde, en presencia de don Esteban Trione y
de Carlos Viglietti,
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