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aprovechó más adelante sus conocimientos. El
Gobierno, por su parte, como escribía Monseñor,
pensaba más en la persecución que en la religión.
Salió, pues, primero el cura agrónomo. Se
encontró con un tabuco de madera para habitación.
Celebraba la misa en su propia alcoba, donde
preparaba cada día el altar sobre una mesita y
apartando la cama. La población de Santa Cruz se
reducía a diez familias, más los empleados de la
gobernación, los de la comandancia del puerto y
los de la comisaría de la colonia; en total un
centenar de personas.
Los indios vivían apartados, en tierras
adentro, por el miedo que tenían; pero, de vez en
cuando, se acercaban con pieles de guanaco, plumas
de aves, capas y mantas hechas por ellos para
cambiarlas por aguardiente, mate, tabaco, arroz,
azúcar y otros productos. ((**It17.639**))
Llegaban en pequeños grupos y sin armas, porque
las tribus no querían exponerse al peligro de
encontrarse con los soldados y temían ser
deportados a Buenos Aires. También allí había
malos tratos por parte de los civilizados, que los
consideraban como bestias, y creían lícito
servirse de ellos para su propia ventaja. El
misionero, por el contrario, pensaba que, si se
los trataba con caridad, pronto llegarían a
hacerse amigos y cristianos. En una de sus
primeras excursiones, don Angel Savio se encontró
con uno que hablaba español y lo tomó como
intérprete para acercarse a sus compañeros y
hablarles de religión. Nunca habían oído hablar de
cosas semejantes y daban indicios de escuchar con
gusto. En cuanto a su número y al trato que se les
daba, escribía a don Bosco el día 6 de enero de
1885: <>. De un modo general ya había
escrito al Vicario Apostólico 1: <>.
Monseñor, a su vez, hubiera podido responderle:
-También por aquí arriba hay mucho mal.
Cincuenta años después, nos preguntamos con
espanto qué habría sido de Patagonia en el aspecto
religioso, si hubiese llegado al desarrollo
1 Carta, Santa Cruz, 26 de diciembre de 1885.
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