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un periódico, donde los podrá ver narrados por los
mismos diputados en la Cámara. Unicamente añadiré
que lo que se dice como sucedido una sola vez y
solamente con algunos individuos, se puede afirmar
con toda verdad que es cosa de todos los días y,
poco más o menos, con todos los indios. No son
considerados ni como bestias. Estas reciben por lo
menos el sustento necesario para vivir cada día y
no son obligadas a trabajar más de lo que
consienten sus fuerzas. íAh, si pudiésemos revelar
todos los crímenes atroces, las torpezas, las
infamias cometidas de algunos años a esa parte!
Pero, si Dios lo permite, algún día hablará la
historia y dará a conocer al mundo quiénes son los
verdaderos salvajes de Patagonia>>.
El día cuatro de noviembre salió Monseñor para
la primera misión por el campo con don Domingo
Milanesio, un catequista y dos coadjutores. El
Gobernador, aunque era duro con los misioneros,
prestóle la atención de enviarle un soldado, que
le sirviese de guía y ordenó a los comandantes de
los diversos puestos que atendiesen al Obispo.
Monseñor estuvo fuera hasta el día treinta y
recorrió doscientos kilómetros a lo largo del Río
Negro. Visitó con resultado satisfactorio diez
estaciones, en las que predicó, catequizó y
bautizó a buen número de indios. Comprobó ((**It17.638**)) en
seguida que, si se quería hacer algún bien en
aquellas colonias y tribus, hacían falta muchos
medios materiales. El misionero podría poner de su
parte molestias, fatigas, hambre, sed y más cosas
aún; pero, sin buenos caballos, sin guías
expertos, sin ornamentos y vasos sagrados, sin
nada para repartir a las familias, se obtenía muy
poco. Para remediar estas necesidades, los
misioneros hacían continuos llamamientos a la
generosidad de los Cooperadores 1.
Una atrevida avanzada fue la de don Angel
Savio, el cual, con un coadjutor, zarpó de Buenos
Aires el día veintidós de noviembre y navegando
hacia el sur desembarcó felizmente, el día
veintinueve, en Puerto Santa Cruz, capital en
embrión de la provincia homónima y situada en la
desembocadura del río de este mismo nombre, que
señalaba el límite meridional del Vicariato. El
Gobernador había pedido a monseñor Cagliero un
capellán. Monseñor, que no quería mandar a tanta
distancia a un sacerdote solo, determinó enviar a
don José María Beauvoir como capellán y con él a
don Angel Savio; pero, previendo dificultades por
parte del Gobierno central para conceder
autorización a éste último, le obtuvo el permiso
bajo el título colorado de agrónomo. Y, en
realidad, don Angel Savio entendía en agronomía y
1 Ap. Doc. núm. 96.
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