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Mi querido Beraldi:
He recibido tu gratísima cartita de agosto. No
pierdas la calma si no te escribo; ya estoy
incapacitado para ello por mis achaques. Estoy
medio ciego. Y casi no puedo caminar, escribir, ni
hablar. >>Qué quieres? Soy viejo, y hágase la
santa voluntad de Dios. Pero rezo cada día por ti,
y por todos mis hijos, y quiero que todos sirvan
con gusto al Señor con santa alegría, aun en medio
de las dificultades y molestias diabólicas; éstas
se ahuyentan con la señal de la Santa Cruz, con el
Jesús, María, misericordia; con el Viva Jesús y,
sobre todo, con el desprecio, con el vigilate et
orate y con la fuga del ocio y de toda ocasión
próxima. Y en cuanto a los escrúpulos, sólo la
obediencia a tu Director, a tus Superiores, puede
hacerlos desaparecer; no olvides por eso que vir
obediens loquetur victoriam.
Apruebo que promuevas la devoción al Santísimo
Sacramento. Haz también por ser y hacer que tus
alumnos sean verdaderos hijos devotos de María
Santísima y amantes de Jesús Sacramentado y, con
el tiempo y la paciencia, Deo iuvante, haréis
maravillas.
Animo, pues. Hazlo todo y sopórtalo todo para
agradar a Dios, para cumplir su santa voluntad, y
te prepararás un tesoro de méritos para ((**It17.633**)) la
eterna bienaventuranza. No te faltará el apoyo de
mis oraciones. Dios te bendiga, bendiga a todos
tus alumnos y María Santísima Auxiliadora os
proteja a todos y os guíe por el camino del cielo.
Reza también por tu viejo amigo y padre,
Turín, 5 de octubre de 1885
Afmo. en J. y M.,
JUAN BOSCO, Pbro.
Volvamos ahora a monseñor Cagliero. Hacía
escasamente un mes que había desembarcado a
orillas del Río Negro, cuando tuvo la satisfacción
de administrar solemnemente el bautismo a dos
muchachos indios de dieciséis a dieciocho años.
Uno pertenecía a la tribu de Namuncurá y otro a la
de Payue. Habían sido arrancados por la fuerza de
las armas de los soldados argentinos a sus
familias y tribus, cruelmente dispersadas, y
habían sido colocados, como tantos otros pobres
jóvenes de ambos sexos, en casas privadas, donde
atendían al servicio doméstico. Monseñor, que
desde los primeros días de su llegada había
establecido contacto con las poblaciones, los
conoció, se informó de su condición moral y supo
que muchos otros indios vivían lo mismo que ellos
y estaban sin bautizar. Obtuvo de sus respectivos
amos que los dos pudieran ser instruidos en las
verdades de la fe. Ignoraban el español; pero los
preparó don Domingo Milanesio, que había aprendido
su lenguaje indio en las misiones realizadas a lo
largo del curso del Río Negro.
Facilitó mucho su cometido la óptima voluntad
de los dos muchachos. Con toda la solemnidad del
ritual, recibieron el sacramento del bautismo el
día de san Cayetano. Eran las dos primeras flores
cultivadas
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