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Seguramente no ha pasado inadvertido a los
lectores con cuánta insistencia recomienda don
Bosco el cuidado de las vocaciones. El día cinco
de noviembre le hacía observar don Domingo Tomatis
sobre este particular: <>.
Estas esperanzas se realizarán. También
Patagonia dará en este campo óptimos frutos contra
las previsiones pesimistas de otros religiosos,
que trabajaban desde hacía muchos años en la
República. Como habían fracasado siempre sus
experiencias en Buenos Aires, meneaban la cabeza
cuando oían que los nuestros preparaban
aspirantes; pero también aquí el espíritu de don
Bosco ((**It17.632**)) superó
todas las dificultades. Ya desde entonces, el
venerando don Mario Migone era una buena primicia.
En 1885 fue a Italia con algunos de sus ricos
parientes, asistió a la fiesta de don Bosco,
después de la cual volvió a Buenos Aires, y don
José Lazzero escribía de él 1: <>.
El buen clérigo Juan Beraldi, hoy celoso
sacerdote en la casa de Bahía Blanca, había
escrito a don Bosco desde Almagro, quejándosele,
digámoslo así, porque no le escribía. Ciertas
angustias de espíritu, unidas a las dificultades
inseparables de todos los comienzos, hacían que
sintiera la necesidad de recibir una palabra de
consejo y de aliento del anciano padre de su alma.
El Santo le contestó con una de esas cartas que
son bálsamo para el corazón durante toda la vida.
1 Carta a monseñor Cagliero, Borgo san Martino,
3 de julio de 1885.
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