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y letra, y, dicha sea la verdad, nos pareció algo
totalmente extraordinario, dadas sus innumerables
ocupaciones y el peso de los grandes trabajos que
gravitan sobre su delicada salud. La leí en la
conferencia a nuestros queridos hermanos; todos
hemos apreciado su autógrafo, con los tres
relevantes recuerdos que contiene sobre la
fidelidad a las reglas y deliberaciones de los
Capítulos Superiores, el cultivo exquisito
((**It17.617**)) de la
castidad y el cuidado especialísimo de las
vocaciones religiosas, como un verdadero
testamento; y, en este sentido, lo he comentado e
inculcado a mis buenos compañeros, tanto más
cuanto que recibíamos, al mismo tiempo, idénticas
recomendaciones de nuestros amadísimos superiores
de aquí, don Luis Lasagna y monseñor Cagliero.
Debemos, pues, darle las más sinceras gracias y
procurar practicar tan santas enseñanzas lo mismo
yo que los hermanos puestos bajo mis cuidados>>.
La segunda carta fue para el inspector don Luis
Lasagna. Recuérdese que, por aquellos días, don
Bosco se sentía más agobiado que de costumbre;
ello ayudará a comprender el tono de testamento,
que da a su escrito.
Mi querido Lasagna:
Hace varios meses que deseaba escribirte, mas
mi vieja y perezosa mano me ha hecho diferir este
gusto. Pero ahora me parece que el sol declina al
ocaso; por tanto, deseo dejarte algunos
pensamientos escritos, como testamento de quien
siempre te ha querido y sigue queriéndote.
Tú has obedecido la voz del Señor y te has
consagrado a las misiones católicas. Has acertado.
María será tu guía fiel. No te faltarán las
dificultades y tampoco la maldad por parte del
mundo, pero no te preocupes. María nos protegerá.
Nosotros queremos almas y nada más. Procuro que
esto llegue a los oídos de nuestros Hermanos.
Señor, dadnos cruces, espinas y persecuciones de
toda clase, con tal de que podamos salvar almas y
con ellas salvar la nuestra.
Se acerca la época de nuestros ejercicios en
América. Insiste en la caridad y dulzura de san
Francisco de Sales, a quien debemos imitar; en la
exacta observancia de nuestras Reglas, en la
lectura constante de las deliberaciones
capitulares, meditando atentamente los reglamentos
especiales de las Casas. Créeme, querido Lasagna,
he tenido que tratar con ciertos hermanos, que
ignoraban completamente estas nuestras
deliberaciones, y con otros, que nunca han leído
estas partes de las reglas o disciplina, que
conciernen a los deberes a ellos confiados.
Otra plaga nos va amenazando y es la del
olvido, o mejor, el descuido de las rúbricas del
Breviario y del Misal. Estoy convencido de que una
tanda de ejercicios espirituales produciría
óptimos efectos, si llevase al Salesiano al rezo
exacto de la Misa y del Breviario.
Pero lo que he recomendado encarecidamente a
aquellos a quienes he podido escribir en estos
días, es el cultivo de las vocaciones, tanto para
los Salesianos cuanto para las Hijas de María
Auxiliadora.
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