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se muestran cada vez más afectuosos con los
Salesianos y con su padre el reverendo don Bosco;
y dan pruebas evidentes de este cariño en toda
ocasión, sobre todo, con su asidua asistencia al
Oratorio y con la mayor frecuencia de sacramentos.
Celebraron mi día onomástico. Sería difícil
describir la espontaneidad de la fiesta, su
entusiasmo y su fervor, los hermosos regalos y
otras pruebas de afecto. Pero lo que resultó más
agradable para mi corazón fue que aprovecharon la
ocasión de la fiesta para manifestar su deseo de
ver a don Bosco, besar su mano, recibir su
bendición y oír sus santos consejos. íCuánto
disfrutaba yo, al ver cómo quieren a don Bosco
estos buenos muchachos, aunque no le conocen!>>.
Se habían emprendido de repente nuevas obras en
favor de los estudiantes. Anteriormente se
juntaban en el oratorio los jueves; pero, los
domingos, no encontraban sitio, porque, en dicho
día, acudían numerosos hijos de los obreros. Se
remedió esta necesidad, destinando un patio aparte
para los estudiantes con el personal necesario y
con diversiones, fiestas y premios especiales. En
el mes de noviembre, frecuentaban el oratorio los
domingos unos ciento veinte alumnos de las
escuelas públicas, con misa, catequesis,
predicación y funciones para ellos, distintas de
las de los demás. Don Carlos Bellamy había
ingresado en la Congregación siendo ya sacerdote,
pero había estudiado a fondo los métodos
salesianos, ((**It17.610**)) e
instituyó entre los externos de Ménilmontant las
compañías religiosas, como las había visto
funcionar en Turín.
Pero la atención de los externos no podía ni
debía agotar toda la actividad de los Salesianos y
mucho menos en París. En todas partes se esperaba
también la actividad salesiana con alumnos
internos. Llegaban ya a cuatrocientas las
peticiones de alojamiento, comida, aprendizaje de
oficios y de formación cristiana y ciudadana. Por
todo ello, confiando en María Auxiliadora, don
Carlos Bellamy entabló gestiones para recoger
cuantos más pudiese. La Providencia, no obstante,
lo sometió a una dura tribulación: excepto
poquísimos, que eran generosos, todos los demás
Cooperadores de París se hacían los sordos a sus
llamadas. <>.
Naturalmente trató de interesar a los dos
grandes amigos, primeros bienhechores y casi
fundadores de la obra, el abate Pisani y monseñor
(**Es17.523**))
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