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reza y hace rezar a todos sus muchachos huérfanos,
ciento sesenta mil, cada día en la santa misa
según sus intenciones y que les agradece mucho la
caridad que nos están haciendo.
Si los acontecimientos lo permiten, nos veremos
y trataremos de nuestros problemas, que no son
pocos. Entre tanto, comienza por enviar a don
Miguel Rúa una nota de lo que necesitas para el
curso próximo y nos daremos maña para proveer lo
necesario con que seguir trabajando a mayor gloria
de Dios.
Saluda a todos esos mis queridos muchachos, a
los que envío una especial y santa bendición.
Mi salud va mejorando y puedo despachar algunos
asuntos importantes. Que María nos asista a todos,
nos proteja y nos defienda de todo peligro del
alma y del cuerpo; pero rezad también por mí, que
siempre seré para vosotros en J. C.
Turín, 10 de agosto de 1885
Afectísimo amigo,
JUAN BOSCO, Pbro.
((**It17.593**)) Los
primeros Directores salesianos, formados en el
Oratorio y salidos del mismo con el corazón
rebosante de afecto y veneración hacia don Bosco,
sabían valerse de estos sentimientos para ganarse
a los muchachos e influir fuertemente en ellos.
Con este fin, no sólo inculcaban en ellos las
mismas disposiciones de ánimo hacia el Santo, sino
que también las favorecían y dirigían en su nombre
e incluso les ponían en relación epistolar con él,
como ya hemos podido poner de relieve varias veces
en los volúmenes precedentes. No era, pues, por
mero cumplimiento que don Juan Branda escribía al
Siervo de Dios en el mes de diciembre: <>.
Los Cooperadores barceloneses miraban con
estupor la nueva forma de caridad, ejercida ante
sus ojos, por los hijos de don Bosco y su
admiración iba en aumento a la vista de los
resultados. Dos hermanitos, que quedaron huérfanos
a causa del cólera e ingresaron en el colegio, no
podían sosegarse y rechazaban a los que enviaba la
Providencia para suplir a sus padres. Pero el
ambiente de la vida salesiana obró en ellos un
cambio tal que, quien los había contemplado antes,
no los reconocía: se habían hecho dóciles,
aplicados y piadosos. Otro huerfanito del cólera
vivía junto a la playa, pidiendo de comer a los
marineros y, si se terciaba, robando carbón u
otras cosas por el muelle o en las barcas y
vendiendo después lo que lograba atrapar para
acallar el hambre. Un día le encontraron medio
muerto en la arena los aduaneros y lo llevaron al
hospital, donde recobró las fuerzas que había
(**Es17.509**))
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