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de aprendices para ensanchar el espacio destinado
a los clérigos, que ya no cabían, eran dos
apremiantes motivos para no dejar escapar la
propuesta. Como estaban divididos los pareceres,
don Bosco solucionó la cuestión diciendo:
-No podemos seguir adelante por falta de
personal. Escríbase al reverendo Peana que nos
deje su instituto en testamento y, a su muerte, le
sucederemos y continuaremos su obra. Hay que
lamentar que algunos Salesianos no tienen ni un
adarme de espíritu salesiano. Todos los años hay
defecciones y, después de tanto trabajo para
educar a estos sujetos, nos encontramos
defraudados. Apenas llegan a sacerdotes, hay que
repartirlos por las casas y no tienen tiempo para
formarse. Algunos sacerdotes fueron ordenados,
porque lo requería la necesidad. Será preciso ir
despacio en las ordenaciones y, antes de
recibirlas, obligar a los clérigos a un año de
estudiantado. El amor ((**It17.587**)) a la
familia y las mismas familias ayudan siempre a
arrancarnos los hermanos. Hemos de consolidarnos.
Las negociaciones para Cúneo no continuaron.
Cerraremos el capítulo con dos observaciones sobre
las palabras que don Bosco pronunció en dicha
circunstancia.
Las deserciones son un hecho en todas las
Congregaciones religiosas. Don Bosco tuvo de ello
una dura experiencia desde los comienzos cuando de
los ocho jóvenes preparados por él en dos
ocasiones con mil cuidados y sacrificios para el
estado clerical, sólo uno quedó por fin a su lado,
don Miguel Rúa. Más tarde, a medida que la
Sociedad Salesiana adquiría forma y estabilidad,
el número de estas deserciones era relativamente
menos considerable; pero las hubo, sin embargo, y
muy dolorosas.
Recuerdan todavía con dolor los más antiguos el
caso de los tres hermanos Cuffia, los cuales,
dotados de excelente ingenio y objeto durante
muchos años de las paternas solicitudes de don
Bosco, cuando llegaron al sacerdocio dos de ellos
y el tercero estaba próximo a alcanzarlo, le
volvieron fríamente las espaldas los tres. Pero,
ante semejantes hechos, ligábanse más
estrechamente a él sus fieles, formando aquel
glorioso estado mayor y aquel magnífico grupo de
veteranos, que fueron verdaderas piedras
fundamentales del edificio; por otro lado, con
estas eliminaciones espontáneas se quitaron de en
medio elementos perturbadores, que hubieran podido
resquebrajar su trabazón en el período de ajuste.
También, por este motivo, se realizó lo que don
Miguel Rúa puso magníficamente de relieve ante los
jueces del tribunal apostólico 1, atestiguando que
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