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audiencia en seguida. El día de la clausura
celebró la misa de comunidad, interrumpida de
cuando en cuando por fuertes emociones interiores.
Al Domine, non sum dignus el llanto le impedía
seguir; al Ecce Agnus Dei, antes de dar la
comunión, las lágrimas regaban su rostro. Hacía ya
algún tiempo que se notaba en él una gran ternura
durante la celebración del santo sacrificio con
derramamiento de lágrimas; y que, al dar la
bendición, siempre lloraba. A veces también en la
conversación, si quería evitar el llanto, tenía
que evitar ciertos temas, que pudiesen excitar los
afectos.
La manutención de la casa de San Benigno
comportaba gastos muy elevados y, para hacer
frente a ellos, don Julio Barberis, que era su
director, casi no tenía más recursos que la
paterna caridad de don Bosco. Pero también don
Bosco, que se encontraba a veces sin dinero, tenía
que someter a su vez a prueba la generosidad de
sus bienhechores. Uno de ellos, hacía mucho
tiempo, era el reverendo Benone, nonagenario
párroco del lugar. Aquí tiene el lector con qué
confianza invocaba el Santo su auxilio para
remediar las urgentes necesidades de don Julio
Barberis.
Muy querido señor Cura:
Hace ya unos días que don Julio Barberis anda
pegado a mi sotana para que le dé dinero con que
pagar algunas deudas y hacer provisiones de
urgencia. No sabemos de dónde sacarlas y necesita
cinco mil liras. Si usted, ((**It17.559**))
querido señor cura, puede ayudarnos, aunque sólo
sea momentáneamente, haría una gran caridad a la
obra, en la que estamos trabajando y de la que
esperamos buenos operarios para la santa Madre
Iglesia.
Si es preciso, el mismo don Julio Barberis
repetirá conmigo: Date et dabitur, especialmente a
quien nos da pan.
María le proteja.
San Benigno, 27 de agosto de 1885
Afmo. amigo,
JUAN BOSCO, Pbro.
Después de los ejercicios, quedóse ocho días
más en San Benigno, mientras se celebraba otra
tanda para los Hermanos. Estaba muy cansado.
<>. El mismo Viglietti, teniendo que
ir a Turín con don Juan Bautista Lemoyne y don
José Ronchail, fue a despedirse con ellos y el
Santo exclamó sollozando:
-íTodos me dejáis aquí solo!
1 Diario, 30 de agosto.
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