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->>Dónde se le podría alojar?, preguntó don
Celestino Durando. Aquí en el Oratorio no sería
posible.
-En San Juan, contestó don Bosco. Allí se le
podría preparar un apartamiento de acuerdo con la
condición de un Prelado. ((**It17.549**))
Escríbele tú, Durando, en seguida e invítale en mi
nombre a que acepte nuestro ofrecimiento.
Pero hubo quien presentó dos sabias
consideraciones. Dos canónigos de la Catedral de
Biella habían estado en el Oratorio para pedir a
don Bosco que apoyara su causa contra el Obispo
ante la Sagrada Congregación. Naturalmente don
Bosco se había negado. Ahora bien, el ofrecimiento
de la casa de San Juan a monseñor Leto, >>no sería
como un bofetón para aquel Cabildo y no parecería
que era entremeterse en tan espinosa cuestión,
excitando temibles adversarios contra los
Salesianos? Además, una invitación, aunque fuera
gratuita, creaba obligaciones, si era aceptada;
una persona invitada en la propia casa adquiere el
derecho a ser tratada como lo pide su dignidad y,
por mucho que se haga, nunca se hace demasiado.
>>No sería, pues, mejor aguardar a que tal vez
monseñor Leto pidiera ir a vivir con don Bosco?
Entonces no habría que temer protestas, como si se
hubiese querido condenar la conducta de sus
adversarios, y los miramientos que con él se
tuviesen le resultarían siempre más agradables.
Oídas estas observaciones, don Bosco reflexionó un
rato y después dijo:
-Bueno, sea; no se escriba la carta; nos
guiaremos por los acontecimientos que tengan
lugar.
Mientras tanto la Santa Sede nombró Obispo de
Biella a monseñor Cumino, con lo que monseñor Leto
tenía que dejar la diócesis. Este había
determinado a última hora retirarse con el abad
Faá de Bruno; pero el Papa encargó al cardenal
Alimonda que le buscara una residencia en una casa
religiosa. El Cardenal pasó aviso a don Bosco,
proponiéndole también que lo recibiera en la
iglesia de San Juan Evangelista. Don Bosco asintió
inmediatamente, de suerte que monseñor Leto vio
cumplido su primer deseo de modo providencial.
El buen Obispo llegó a Turín y fue a comer al
Oratorio. Parecía profundamente abatido, como
quien se siente sometido a un duro castigo. Habló
poco y comió poquísimo. Después de la comida, fue
a la habitación de don Bosco y allí, ((**It17.550**)) de
rodillas a sus pies le pidió la bendición. Don
Bosco no quería; pero tanto se lo pidió que, al
fin, lo bendijo. Después le puso la mano sobre la
cabeza. En aquel instante desapareció el dolor,
que hacía meses lo atormentaba, y ya no lo volvió
a sentir.
(**Es17.472**))
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