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-Los Hijos de María, dijo, son para la acción,
mientras que los que vienen de niños a nuestras
casas, serán para la ciencia.
Pensaba don Celestino Durando que, con el
correr del tiempo, podrían desalentarse los Hijos
de María, al darse cuenta de ser inferiores en
ciencia a los recién llegados, más jóvenes que
ellos; pero los hechos dieron la razón a don Julio
Barberis, el cual aseguraba que no pasaría eso.
Formados como los había ido plasmando don Felipe
Rinaldi, no ambicionaban figurar por su doctrina,
sino que deseaban sobre todo dedicarse a las obras
de celo sacerdotal. No faltaron, sin embargo, aun
entre los Hijos de María, hombres de talento que
salieron muy bien en los estudios.
La casa de San Juan Evangelista tuvo por
voluntad de don Bosco el honor de ofrecer en 1885
digna morada a un venerando huésped, obligado por
la perfidia de los hombres a cerrar en silencioso
retiro su vida de apostolado. Brilla en este hecho
la caridad agradecida de un Santo y la humildad
edificante de un virtuoso Prelado. Monseñor
Basilio Leto, obispo de Biella, había querido,
admirado y favorecido desde hacía muchos años a
don Bosco. Su episcopado chocó desde los comienzos
con dos dificultades graves: ((**It17.547**)) una
sucesión difícil y la aversión del Cabildo.
Suceder a monseñor Losana era una ardua empresa,
porque, durante sus casi treinta años de gobierno,
se habían introducido en la diócesis diversos
abusos, de suerte que el recién elegido comprendió
al momento que debía sacrificarse a sí mismo para
facilitar el camino al que fuera después de él.
Monseñor Leto tenía un carácter dulcísimo, era
afable con todos y muy humilde; lo cual disgustaba
a cuantos estaban acostumbrados a los aires
aristocráticos de monseñor Losana. Decíase que el
nuevo Obispo no respetaba su dignidad, porque, a
veces, dirigía el rosario de la tarde en la
Catedral y hasta se le había visto encendiendo las
velas del altar y arreglando la lámpara del
Santísimo Sacramento. Un día fue don Santiago
Costamagna a visitar a las Hijas de María
Auxiliadora, que atendían al seminario, donde se
hospedó: cuando bajó a la sacristía a las cinco de
la mañana para celebrar la misa, encontró todo
preparado. Monseñor, que acostumbraba levantarse
muy temprano, había colocado cada cosa en su
sitio. Después, como quiera que don Santiago tenía
que salir en seguida, se encontró con que la mano
paterna del Obispo le había preparado hasta el
café.
Pues bien, presentaron en Roma acusaciones
gravísimas y calumniosas contra un hombre tan
bueno. Su ama, una vieja gibosa y derrengada, de
instintos salvajes, había sido colocada por él en
la cocina de las Hermanas para que les enseñara a
preparar la comida para el
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