((**Es17.47**)
Al saberse en la ciudad su mejoría, acudieron
sin parar los coches de los visitantes. Don Bosco,
muy amablemente como de costumbre, daba
audiencias, incluso prolongadas. Uno iba para
entregarle una limosna, otra para pedirle consejos
espirituales, otro para referirle gracias
obtenidas por intercesión de María Auxiliadora.
Algunos que el año anterior habían recibido su
bendición y a quienes les había aconsejado hacer
ciertas oraciones por su necesidad, declaraban
entonces que habían sido escuchados. Otros, que
habían escrito a Turín, daban ahora las gracias;
otros, por fin, se recomendaban al Santo y se
marchaban con la confianza en el corazón. Una
muchacha de catorce años llevó el dinero obtenido
con una rifa organizada por ella misma. En 1883
los médicos la daban por desahuciada. En aquel
trance don Bosco la había bendecido y había
recobrado la salud. Agradecida, no hacía más que
hablar de don Bosco, postulando para las obras
salesianas.
Llegó a Niza el coadjutor Rossi del Oratorio,
procedente de París y de Marsella, donde había
estado por asuntos de la Congregación; llegaron
don Pedro Perrot, de La Navarre, y don Nicolás
Cibrario, de Vallecrosia. Llegó una carta de Praga
escrita por fray Pedro Belgrano, agustino, el
cual, en nombre de la emperatriz María Ana de
Austria, agradecía un ejemplar elegantemente
encuadernado de los Boletines, que don Bosco le
había enviado y remitía una limosna de quinientas
liras, encomendándose a sus oraciones para obtener
una gracia especial.
((**It17.44**)) El
siete de marzo recibió don Bosco a los
seminaristas. Eran unos cincuenta. Se reunieron en
la biblioteca, que servía de antesala.
Después de decirles unas breves palabras, los
bendijo y ellos desfilaron uno por uno para
besarle la mano. También le visitaron varios
predicadores cuaresmales, pero individualmente. Se
hablaba de don Bosco en todas partes.
El día diez tuvo lugar una escena curiosa en la
habitación de don Bosco.
Presentóse una madre con un chiquillo de unos
diez años, que llevaba los ojos vendados.
-Hace ya algún tiempo, decía la mujer, este
hijo mío sufre tanto de los ojos que se queja
siempre y grita durante toda la noche.
Don Bosco lo bendijo, le dio a besar la medalla
de María Auxiliadora y después le preguntó:
->>Qué mal sientes?
-Ninguno, contestó el muchacho.
->>Cómo que ninguno?, respondió la madre. íLe
duelen mucho los ojos, Padre!(**Es17.47**))
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