((**Es17.45**)
Y de golpe se sentó en la cama y dijo que
quería levantarse. La hermana pensó que había
perdido el juicio. Pero él repetía:
-Te digo que me quiero levantar. Avisa al
párroco que no se moleste; yo no estoy enfermo
como para recibir los Santos Oleos.
((**It17.41**))
Efectivamente se levantó, hablaba perfectamente y,
al día siguiente, fue a oír la misa de don Bosco.
Debemos, sin embargo, añadir que recayó unos meses
después; y entonces no estaba ya don Bosco para
hacerle levantar. Es innegable, a pesar de todo,
que la primera vez las declaraciones de los
médicos habían quitado toda esperanza de volver a
verlo en pie. Don Bosco pernoctó en Menton con don
José Ronchail, y don Julio Barberis siguió viaje a
Niza con la alegre noticia de que él llegaría allí
a la mañana siguiente. Como quiera que se supo
también fuera de casa la hora de su llegada, se
encontró don Bosco, sin pretenderlo, en un brete.
El marqués de Avila, español, acudió a la estación
con su coche para llevarlo a casa; pero también la
condesa de San Marzano envió el suyo guiado por el
barón Héraud. Los dos reclamaban el honor de
llevar a don Bosco en su coche y ninguno de ellos
estaba dispuesto a ceder. Don Bosco cortó la
cuestión entrando en el que estaba más cerca, que
era el de la Condesa, y asignando el otro coche a
don Julio Barberis, que había ido a esperarlo, y a
don José Ronchail.
-Son dos hombres de bien, se lo aseguro, dijo
al Marqués al ofrecérselos.
Además de la mayor proximidad del coche había
también una razón especial para la preferencia
tenida por don Bosco. La Condesa le había visitado
en el Oratorio pocos días antes de que saliese don
Bosco y quiso le diera seguridad de que, a su
llegada a Niza, se serviría de su coche para ir,
desde la estación, al Patronage de San Pedro. Por
lo demás, no fue aquella la primera vez que
sucedieran en Niza estas embarazosas porfías, que
ponían a prueba la rapidez de sus agudas
ocurrencias. En cierta ocasión, se encontró no con
dos, sino con toda una fila de coches de nobles
señores y, a medida que iba avanzando, el lacayo
de cada uno decía señalándole el propio: -Aquí
tiene el coche del Conde tal; quisiera tener el
honor de que usted se sirviera de él... -Aquí
tiene el coche del Duque cual, quien le ruega se
digne servirse de él... -Este es el coche de la
Marquesa X, a quien usted prometió aceptarlo para
ir al Patronage... ((**It17.42**)) Y, de
esta manera, siete u ocho veces más. Don Bosco,
que a primera vista había adivinado de qué se
trataba, no queriendo ofender a los demás,
aceptando la invitación de uno, dijo:
-Escuchen; vamos a arreglarlo así. El coche de
la señora Marquesa,(**Es17.45**))
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