((**Es17.445**)
Enrique Fitzalan-Howard, décimoquinto Duque de
Norfolk, Conde de Arundel, Surrey y Norfolk,
Conde-mariscal de Inglaterra, Caballero de la
Orden de la Jarretera, primer duque y conde del
reino y, por último, miembro de la Cámara de los
Pares, era uno de los personajes más influyentes
de la comunidad católica en Gran Bretaña. Con
dignísimo sentido de responsabilidad había
conservado el depósito de la fe católica, heredada
de sus antepasados desde los tiempos de Enrique
VIII. Contaba entonces treinta y ocho años. En
1877 se había casado con la señora flora
Abney-Hasting, de los Barones de Donnington. Ambos
se mostraban fervientes servidores de la Iglesia
Romana. Poseedores de inmensa fortuna, empleaban
gran parte de sus rentas en beneficencia, en el
sostenimiento de monasterios y favoreciendo la
propaganda católica.
Su matrimonio no fue afortunado respecto a la
descendencia, pues no tuvieron más que un hijo,
ciego de nacimiento y afectado, además, por una
enfermedad incurable a juicio de los médicos. Era
indecible la desolación de ambos piadosísimos
cónyuges, ante aquella desgraciada criatura, que
frisaba ya en el quinto año de edad. Pero no era
su estado físico el único pesar. Si se le hubiese
llevado la muerte, los bienes de los Duques
hubieran pasado, según la ley inglesa, a una rama
familiar protestante. Atraídos por la fama de
santidad de don Bosco, decidieron ir a visitarlo,
llevando consigo al niño, con la confiada
esperanza de que su bendición lograría darle la
vista y la salud. Con esta intención había escrito
su madre a don Bosco en abril 1.
((**It17.518**)) Mi
apreciado don Bosco:
Por fin hemos decidido ir a verle en Turín y
aplazar así nuestra peregrinación a Lourdes hasta
el próximo otoño.
Hemos elegido el mes de mayo como tiempo más
oportuno, pues el calor aún no habrá comenzado y,
por eso, estaremos en Turín el día cinco de dicho
mes. Tenga la bondad, reverendo don Bosco, de
comunicarnos si tendremos la suerte de encontrarle
en dicha fecha, ya que, si usted estuviera
ausente, resultaría inútil nuestro viaje. Tenemos,
además, que agradecerle muchísimo la cordialísima
carta que se dignó escribirnos y la promesa de
reservar para nosotros un rinconcito en su
corazón. íOh, cuántas calamidades, cuántos dolores
se habrán depositado ya en su caritativo corazón,
al lado del cual, son nada los nuestros! Y ahora,
Padre, le voy a decir una cosa con toda confianza
y es ésta: yo soy de familia protestante (hoy ya
convertida), y muchos de mis antepasados se
comportaron mal, muy mal. Ahora bien, cuando
llegué a ser madre y madre de un niño, recé al
Señor casi formulando el deseo de que le enviase
cualquier enfermedad, incluso la muerte, antes de
permitirle que cometiera un pecado. Este voto lo
hice, cuando estaba ya mal e, incluso, sin hacer
sabedor de
1 De esta carta, escrita acaso en inglés, sólo
hemos encontrado la versión italiana.
(**Es17.445**))
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