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pasamos bien el tiempo de nuestra vida mortal,
tendremos firme esperanza de juntarnos todos en la
otra vida inmortal; tendremos la dicha y el
consuelo de dejar el tiempo para reunirnos todos
juntos en los esplendores del Señor, in
sempiternos annos aeternitatis.
Añadiremos un epílogo a lo que hemos venido
exponiendo en este capítulo, que no podía venir
más a la medida. Nos lo ofrece un periódico
liberal de la región de Emilia en un ((**It17.513**))
artículo del mes de noviembre 1. El corresponsal
pone por delante, a manera de conjuro o de
imprecación, una declaración de principio, es
decir, hace sus reservas sobre la diversidad de fe
religiosa y política y sobre su personal
disconformidad respecto a la conveniencia política
y social de la orientación dada por don Bosco a
sus institutos; pero el reconocimiento de la obra
en sí misma y de su creador, por parte de uno que
militaba en campo contrario, es más, con arreglo a
la índole de los tiempos, en campo belicosamente
hostil, adquiere a nuestros ojos doble valor.
Después de este exordio, tiene aquí el lector
una representación topográfica del Oratorio visto
por un profano: <>Aquí un taller de cerrajeros, allí otro de
carpinteros. Más acá una completísima y estupenda
tipografía; más allá una fundición de tipos. A la
derecha una librería riquísima y bien
seleccionada; a la izquierda un taller de
zapateros, otro de sastres y otro de
encuadernadores de libros. Reina en todas partes
un silencio, diría yo, alegre y confiado; un orden
admirable y espontáneo, porque allí puede más el
sentimiento que la fuerza del deber y de la
disciplina. Y, lo que es todo en esta clase de
institutos, reina en todas partes y en todos un
aire sereno de paz, de bienestar, de salud, que
satisface y alegra>>.
1 La Stella d'Italia, 13 de noviembre de 1885.
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