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proponga la manera de arreglar con el menor
deshonor la abstrusa cuestión.
Sin embargo, cuando en un nuevo clima político
se emprendió el segundo camino más honroso, no
actuó como causa determinante el temor, sino la
sabiamente reconocida importancia del problema y
de una buena solución del mismo.
Hermosa jornada fue para el Oratorio el día
ocho de diciembre. Don Bosco alegró a todos,
tomando parte en la comida con los Hermanos. Muy
raras veces daba él la bendición con el Santísimo
Sacramento en la iglesia, pero, aquella tarde, la
impartió. La gente se subía incluso a los bancos
para ver al venerando anciano que, encorvado y a
paso lento y vacilante, avanzaba hacia el altar.
Al atardecer, dio a los Salesianos la tradicional
conferencia en el coro de María Auxiliadora. Pero
este año había algo más, fuera de lo tradicional:
había que comunicar oficialmente la designación de
don Miguel Rúa como Vicario General 1. Después de
leer don Juan Bautista Francesia la circular
concerniente a esta medida, habló el Santo. Dijo
que nosotros somos deudores a María Auxiliadora de
todo y que todas nuestras grandes cosas tuvieron
su comienzo y su cumplimiento en el día de la
Inmaculada. Describió lo que era el Oratorio
cuarenta y cuatro años antes y comparó el estado
actual con el anterior. Notó que todas las
bendiciones, llovidas del cielo por mediación de
la Virgen, eran el fruto de aquella primera
avemaría, rezada con fervor y con recta intención
junto con el jovencito Bartolomé Garelli, en la
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iglesia de san Francisco de Asís. Concluyó,
afirmando que nuestra Congregación estaba llamada
a cosas grandísimas y a extenderse por todo el
mundo, si los Salesianos eran siempre fieles a las
Reglas, que les dio María Santísima. Viglietti
escribe en el diario que don Bosco habló aquella
tarde con extraordinaria vehemencia y dijo que se
encontraba mucho mejor desde algún tiempo atrás.
Parece que este bienestar le duró bastante, porque
el día trece reunió en la biblioteca a los alumnos
del cuarto y quinto curso de bachillerato, les
habló de la vocación y los despidió contentos,
regalándoles muchas avellanas. El día de Navidad
volvió a bajar para impartir la bendición
eucarística. Mientras los fieles salían de la
iglesia y estaba la plaza atestada de gente, llegó
de improviso el Cardenal en su coche. Iba a
agradecer personalmente a don Bosco las
felicitaciones recibidas por escrito.
Otro indicio de que la salud de don Bosco iba
mejor, se tuvo el día treinta y uno, cuando dio a
todos, después de las oraciones de la
1 Véase más atrás pág. 245.
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