((**Es17.436**)
de la cena del día veinticinco; y, a los
Superiores principales de la casa, les dio a
conocer la segunda parte, causando en ellos la más
honda impresión. El Director, don Juan Bautista
Francesia, dio unas <> que llenaron
de terror a los jóvenes, de forma que los pocos,
que no se habían confesado en la reciente jornada
de las Cuarenta Horas o durante el ejercicio de la
buena muerte, lo hicieron en la mañana de
veinticuatro, siendo también muchos de los que ya
se habían confesado, los que repitieron la
confesión.
Entretanto el Director no perdía de vista a uno
que no quería saber ((**It17.507**)) nada
de recibir Sacramentos. En la duda de que fuese el
indicado por don Bosco, lo llamó a su habitación
antes de que se fuese a descansar, lo amonestó y
se hizo prometer por parte del muchacho que, al
día siguiente, se iría a confesar. En efecto, así
lo hizo, pero como habían sido muchos los que
estuvieron delante de él y como, por otra parte,
ya no tendría tiempo para hacer la comunión, el
mismo Director le dijo que aguardase y que
volviese a la mañana siguiente.
íAy si hubiese esperado tanto tiempo! Pero su
suerte estaba en buenas manos. Don Esteban Trione,
catequista de los estudiantes, que todas las
noches, después de recorrer los dormitorios, solía
ir al comedor del Capítulo para buscar a don Bosco
y acompañarlo a su habitación, pudo enterarse
aquella noche, según él mismo contaba, del nombre
del desgraciado al que había visto en el sueño al
borde del infierno. Se llamaba Arquímedes
Accornero, alumno del segundo año, el mismo al que
había amonestado don Juan Bautista Francesia. Ya
el año anterior su conducta había sido tan poco
laudable que los Superiores habían determinado
dejarlo en su casa después de las vacaciones. Mas
lo volvieron a admitir, pero no dio muestras de
quererse corregir. El incomparable catequista,
pues, lo estuvo observando por la mañana y, al
darse cuenta de que no se había confesado, lo
llamó aparte y le hizo tales razonamientos que lo
indujo a no salir de la iglesia sin haberlo hecho.
Fue algo providencial. Por la tarde, el pobre
joven jugaba subiendo a unas camas de hierro que
estaban bajo los pórticos, cuando el montón cedió
y lo pilló debajo. Librado inmediatamente de aquel
peso, fue llevado a la enfermería, permaneciendo
sin sentido durante varias horas, quejándose de
fuertes dolores. A las cuatro, había perdido el
conocimiento por completo, dejando de existir
hacia la medianoche. Su madre, que había sido
llamada con toda urgencia, apenas llegó al
Oratorio, preguntó si su hijo se había suicidado.
íTan convencida estaba ella misma de que el joven
iba por mal camino!
(**Es17.436**))
<Anterior: 17. 435><Siguiente: 17. 437>