Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es17.435**) Yo entonces comencé a repetir mis preguntas: -Pero dime, >>quién eres? >>Cuál es tu nombre? El joven me respondió: -Muy pronto lo sabrás. -Pero >>qué tienes que estás tan triste?, insistí. -Lo sabrás. -Dime al menos tu nombre. -Muy pronto lo sabrás. Su voz tenía un tono iracundo. Entretanto, al acercarse O'Dónnellan a la puerta de aquel gran palacio, la bella Señora que yo había visto le salió al encuentro y, con Ella, toda aquella muchedumbre que la rodeaba. La Señora, vuelta a O'Dónnellan, exclamó con armoniosa voz: -Hic est filius meus dilectus, qui fulgebit tanquam sol in perpetuas aeternitates! ((**It17.506**)) Y después, como si hubiese entonado un cántico, toda aquella muchedumbre comenzó a cantar aquellas mismas palabras. No se oían voces humanas ni instrumentos musicales, sino una armonía tan suave, tan distinta, tan inenarrable, que no sólo el oído, sino toda la persona notaba su influjo. O'Dónnellan penetró en el palacio. Entonces, de un foso de aquella llanura salieron dos monstruos espantosos. Eran de cuerpo largo y muy abultado y se lanzaron contra el joven que estaba escondido detrás de mí. Toda la luz había desaparecido, sólo se veían a mi alrededor los rayos que emanaban del cuerpo de la Señora. ->>Qué es esto?, dije yo; >>quiénes son estos monstruos? Y detrás de mí la voz oscura y airada: -Dentro de poco lo sabrás, dentro de poco lo sabrás. Aquella Señora exclamó: -Filium enutrivi et educavi, ipse autem factus est tanquam iumentum insipiens. Y, detrás de mí, la voz continuaba: -Dentro de poco lo sabrás, dentro de poco lo sabrás. Inmediatamente aquellos dos monstruos se lanzaron sobre aquel joven, uno le mordió en un hombro y, el otro, en la nuca y el cuello. Los huesos crujieron como si hubiesen sido molidos en un mortero. Yo miraba a mi alrededor y buscaba gente que viniese en mi auxilio y, no viendo a nadie, me lancé contra aquellos dos monstruos diciendo: -Ya que no hay nadie, acudiré yo en su socorro. Pero los dos monstruos se revolvieron contra mí abriendo sus fauces. Aún veo el blanquear de sus dientes y el rojo fuego de sus encías. Mi espanto fue tal que me desperté. El secretario, que dormía en la habitación contigua, se despertó al oír los gritos de auxilio y acudió en defensa de don Bosco, al cual encontró como quien desea sacudir el sueño para verse libre de una pesadilla. Movía los brazos, hacía esfuerzos para sentarse, tocaba el lecho y tiraba de la ropa, como para comprobar si, en realidad, estaba despierto o dormido. El sueño entero lo contó el Siervo de Dios a los Capitulares durante (**Es17.435**))
<Anterior: 17. 434><Siguiente: 17. 436>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com