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recibió su bendición y el Santo le aseguró que
curaría después de la novena que le indicaba. Y en
efecto, hizo la novena y curó. Ahora, pues,
aquella señora intercedía por una sobrina suya
desahuciada por los médicos. Don Bosco le
contestó:
-Jesús dijo: Date et dabitur vobis. Empiece
usted, pues, por dar la mitad de la ofrenda; el
Señor actuará después.
Aquélla salió la mar de contenta, prometiendo
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cumplir el consejo. Volvió, en efecto, a la semana
siguiente y no con las manos vacías.
Apenas salió la señora, don Bosco contó a
Carlos Viglietti y a otros que le acompañaban un
episodio muy reciente. Pocos días antes le había
escrito otra señora y le enviaba dos mil
quinientas liras por una gracia que había
recibido. Ante una cantidad tan considerable, le
dio las gracias con una carta especial y con la
promesa de ulteriores oraciones suyas y de sus
muchachos. La caritativa señora, conmovida por
tanta dignación, le respondió con un segundo
donativo de tres mil liras. Don Bosco volvió a
escribir con renovada acción de gracias y
expresiones de aliento sobre el Paraíso. Pues
bien, aquel mismo día, doce de agosto, recibía de
la misma, una tercera ofrenda de diez mil liras.
-íAhora, exclamó, me encuentro en un gran
aprieto! Temo que, si vuelvo a escribir, me mande
una cuarta limosna y no contestar nada sería una
descortesía. Verdaderamente no sé cómo salir del
paso.
La señora Dominica Garelli presentóse de nuevo
en Valsálice el día dieciséis de septiembre y
contó a don Bosco que la última vez, después de
cumplida una parte de la promesa, la sobrina había
curado casi instantáneamente; en efecto, llegada a
casa, la había encontrado levantada de la cama
comiendo con los demás.
-Pero ayer, añadió, acometida repentinamente
por el mal, se quejó conmigo, achacando la recaída
a la tardanza en cumplir el resto de la promesa.
Estoy ahora aquí para cumplir todo lo prometido.
Pero don Bosco le contestó que no se atrevía ya
a repetirle la seguridad que le había dado la
primera vez; a pesar de todo, que siguieran
rezando y que también él rezaría. No hemos tenido
más noticias de este asunto.
Poco a poco sus condiciones de salud volvían a
hacerse inquietantes. Atormentábanle continuos
dolores de cabeza, una molesta disentería y la
inflamación de los ojos. <>. No sólo esto; sino que sus sufrimientos
no le impedían pensar en las necesidades físicas
de
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