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asistió pontificalmente el Arzobispo, y dispuso
que se aplicaran múltiples sufragios en las casas
de la Congregación.
No se pudo impedir que regresara al Oratorio en
la mañana del día treinta de julio para
encontrarse con los exalumnos sacerdotes. Nada mas
aparecer en el patio, salió a su encuentro
monseñor Berchialla, arzobispo de Cágliari y
miembro de la Congregación de los Oblatos de la
Virgen María, con quien subió a su habitación y se
entretuvo durante casi una hora. Lo más importante
para nosotros fue su platica final después de la
comida, no tan breve como la anterior. He aquí el
buen resumen, que ha llegado a nosotros.
No es mi intención deciros muchas palabras,
sólo deseo haceros notar una cosa muy importante,
que os recomiendo tengáis siempre grabada en la
memoria. Es necesario remediar la falta de
sacerdotes. No debiera haber un sacerdote que no
se industriase por procurar, por favorecer, aun a
costa de sacrificios, el espíritu de vocación en
otros, para dejarlos como herederos sucesores en
el ministerio de salvar almas. La falta de
sacerdotes en muchos lugares es demasiado sensible
y causa gran daño a los fieles. Nosotros, con
nuestras débiles fuerzas, hemos hecho lo que nos
fue posible en el pasado, para poner remedio a
este inconveniente. Hemos instituído la Obra de
los jóvenes adultos para encaminarlos a la carrera
eclesiástica; recordaréis que Pío IX, en el último
año de su Pontificado, bendijo la nueva
Institución de los hijos de María Auxiliadora,
destinada a proporcionar sacerdotes celosos a la
Iglesia.
((**It17.491**)) Esta
obra fue aprobada por los Obispos y aplaudida por
todos los que comprendieron la importancia de su
finalidad. Algunos de los aquí presentes deben a
esta institución haber sido elevados a la dignidad
sacerdotal. Todos vosotros sabéis cuál es la
naturaleza de la obra de los hijos de María
Auxiliadora. Es una obra en favor de los jóvenes
ya crecidos, que, por falta de medios económicos,
de tiempo o impedidos por el servicio militar para
seguir los estudios, no pudieron encaminarse al
estado eclesiástico como habrían deseado y al que
estaban llamados. Muchos de éstos esperan una mano
amiga, que los ayude a recorrer el camino de su
vocación. Esta mano, que los debe guiar, ya
apareció, ya se les tendió y fundó su obra según
la mente del gran Pontífice Pío IX. Por
consiguiente, si os encontráis con un joven de
buena voluntad, no le desatendáis; buscad los
medios oportunos para que pueda llevar a cabo su
carrera. Es necesario dotar a la Iglesia de
misioneros, de párrocos, de coadjutores; es
preciso remediar mil necesidades grandes,
urgentes, que aumentan de día en día. Más de una
vez encontraréis en vuestros pueblos, en vuestras
parroquias, a jóvenes de quince, dieciséis, veinte
años, que todavía no han comenzado los estudios y,
sin embargo, tienen vivo deseo de estudiar. Estos
no serían admitidos en los colegios ordinarios de
educación por su edad; ellos mismos tendrían
reparo para sentarse en los bancos de la escuela
en medio de compañeros menores que ellos;
encontrarían, por el escaso ejercicio de sus
facultades mentales, enorme dificultad para seguir
un curso regular de estudios. Estos acudirán a
vosotros, pidiendo que los ayudéis a llegar al
sacerdocio. Es un hecho que se repite cada día.
Recibidlos amablemente, animadlos. Enviadlos
adonde queráis. Si tenéis lugares aptos para este
fin, adonde enviarlos y pueden pagar la pensión,
bien; asunto concluido. Mas, si no sabéis dónde
colocarlos, si no tienen medios suficientes,
enviadlos a don Bosco, que buscará la manera de
ayudarlos. Cuidad únicamente de observar si tienen
vocación y si su conducta permite
(**Es17.422**))
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