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Mis queridos amigos. Os agradezco la
demostración de afecto que me dais, por haber
venido aquí a pasar estas cortas horas en mi
compañía. Bendito sea Dios en vosotros, por
vosotros y en medio de vosotros. Dios os conserve
siempre con salud y en su santa gracia. Mi vida
camina a su término; no sé si el Señor me dejará
todavía en esta tierra, de modo que podamos
encontrarnos una vez más en esta querida reunión.
Pero, si yo me adelantare en la eternidad, os
ruego me recordéis en vuestras oraciones, pues os
aseguro que no os olvidaré en las mías. Si mi vida
en la tierra hubiese de prolongarse todavía
algunos años, podéis estar seguros de que seguiré
queriéndoos y ayudándoos en lo poco que pueda.
Mientras tanto, adonde quiera que vayáis y estéis,
recordad siempre que sois hijos de don Bosco,
hijos del Oratorio de San Francisco de Sales. Sed
verdaderos católicos con sanos principios y buenas
obras. Practicad fielmente la religión, que es la
única verdadera y servirá para juntarnos a todos
un día en la eterna bienaventuranza. Dichosos
vosotros, si no olvidáis nunca las verdades, que
me esforcé por grabar en vuestros corazones cuando
erais jovencitos. Rezad por mí, que también rezo
por vosotros. Concluyo uniéndome a vosotros para
enviar un íViva! al sapientísimo pontífice León
XIII y otro a nuestro Emmo. Cardenal Arzobispo,
Cayetano Alimonda, que tanto cariño nos tiene.
Aquella misma tarde volvió a Mathi, rendido por
el calor y el malestar. En Mathi recibió muy
pronto la dolorosa noticia de que precisamente
aquel día había fallecido en Roma el cardenal
Nina, protector de la Congregación. Tenía setenta
y tres años. Insigne por su ciencia y prudencia,
prestó a la Santa Sede relevantes servicios en las
prelaturas menores y, especialmente, cuando fue
Cardenal. Fue Secretario de Estado bajo León XIII
y más tarde Prefecto de la Congregación del
Concilio. Firme en sus principios, tenía toda la
moderación y longanimidad, que pedían los tiempos
para el buen gobierno ((**It17.490**)) de los
asuntos eclesiásticos, y que se ajustaban del todo
al espíritu de don Bosco. El último intercambio de
devotos sentimientos por un lado, y de benévolas
disposiciones por el otro, fue con ocasión del
jubileo sacerdotal de Su Eminencia. Todos los
colegios salesianos, hasta los de América,
avisados con tiempo por don Bosco, se hicieron
presentes con saludos y felicitaciones. El
Cardenal telegrafió en seguida a don Bosco, el día
veintidós de diciembre, dando las gracias a todos
cordialísimamente; pero, cuando pudo hacerlo con
más comodidad, escribió al Santo una preciosa
carta, última demostración de la benevolencia
otorgada por el amabilísimo Purpurado a nuestro
querido Padre 1.
Como obligado tributo de agradecimiento, mandó el
Santo celebrar en la iglesia de María Auxiliadora
un solemnísimo funeral, al que
primero en comparar a don Bosco con Napoleón I fue
en 1881 monseñor Forcade, arzobispo de Aix (véase
vol. XV, pág. 54). Este gran cooperador y amigo de
nuestro Santo murió en 1885, víctima de su celo
por asistir a los apestados del cólera. Don Bosco
hizo su conmemoración en Valsálice en el Capítulo
Superior, el día dieciséis de septiembre.
1 Ap. Doc. núm. 75.
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