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Pero, antes de que llegasen aquellas dos
fechas, don Bosco dejó Turín. Los fuertes calores
de la ciudad habrían acabado por agotarlo; por
eso, los Superiores del Capítulo, y también por
consejo del médico, le rogaron que tomara un
período de descanso en un clima más templado. El
quiso contentarlos, trasladándose el día quince de
julio a Mathi. Monseñor Alimonda, más como amigo
afectísimo que como Cardenal Arzobispo, tuvo la
bondad de ir en persona a saludarle. En el curso
de la conversación, preguntóle Su Eminencia:
->>Cómo van las cosas de casa? >>Hay
dificultades económicas?
-Mírelo, contestó don Bosco. Aquí tengo una
letra de cambio urgente. He de devolver en el día
de hoy treinta mil liras, y no las tengo.
->>Y cómo hará, pues?
->>Cómo? Espero en la Providencia. Hay aquí una
carta certificada que acaba de llegar. Algo habrá
dentro.
-íA ver, a ver! exclamó el Cardenal.
Abrió el sobre y apareció un cheque de treinta
mil liras. ((**It17.485**)) No es
para dicho que al Arzobispo, que era hombre de
corazón, se le saltaron las lágrimas.
Cuando don Bosco contó este hecho 1 a sus
íntimos, añadió otro ocurrido dos días atrás ante
los ojos de don José Lazzero. Tenía éste que
liquidar en el Oratorio una deuda muy grande; pero
después de recoger todo el dinero, todavía le
faltaban mil liras. La única esperanza descansaba
en don Bosco. Corrió a Mathi.
-Mira, le dijo el Santo, todo mi haber está
aquí, en esta carta certificada.
La abrió y contenía justamente un billete de
mil liras. Don Bosco intercalaba, en estas
ocasiones, acciones de gracias a la Providencia de
Dios, animando a todos a agradecérselo y a poner
en ella toda confianza.
Por asociación de ideas, nos parece oportuno
referir aquí la conversación que tuvo don Bosco
con el conde Pablo Capello de San Franco, el cual
dejó escrita la relación auténtica 2. El Conde no
conocía todavía al Santo el 1885; por esto,
aprovechando una breve parada que hizo en Turín
porque debía entregarle un donativo, pensó valerse
de esta circunstancia para acercarse a él. Fue
introducido por monseñor Cagliero y encontró a don
Bosco sentado en un sillón con las piernas
tendidas sobre dos sillas. Se arrodilló, besó
varias veces sus
1 Diario de Carlos Viglietti, 16 de agosto de
1885.
2 Carta de don Juan Bautista Lemoyne, Parma, 9
de febrero de 1888.
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