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CAPITULO II
POR LIGURIA A FRANCIA Y DE FRANCIA
OTRA VEZ A LIGURIA
ESTA vez la salida de don Bosco para Francia dejó
en los corazones un sentimiento de acentuada
tristeza, que su habitual jovialidad intentaba
atenuar sin conseguirlo. Era, en realidad, una
escena conmovedora que infundía compasión, verlo
tan achacoso salir del Oratorio e ir por el mundo
para implorar la caridad.
Rezar y hacer rezar fue desde aquel momento la
palabra de orden en toda la casa. En el último
decenio de su vida una corona de jovencitos,
durante el recreo de la merienda, se reunían en la
antesala de su habitación, junto a un altarcito
con una estatuita de la Virgen, para rezar algunas
oraciones por su padre y bienhechor. Cuando se
hubo marchado, esta piadosa práctica se prosiguió
con mayor fervor.
Le acompañaron hasta Alassio, don Julio
Barberis y don Angel Savio. Los superiores de
aquel colegio, que lo esperaban en la estación, lo
encontraron muy alegre, aunque hasta allí había
sufrido un intenso dolor de cabeza y malestar de
estómago. En el atrio del Instituto, los alumnos
le saludaron con un himno expresamente compuesto
en su honor por don Carlos M.¦ Baratta. Para dar
facilidad a todos de besarle la mano, empleó un
buen cuarto de hora en atravesar la turba juvenil.
Se fue inmediatamente a ((**It17.37**))
descansar, haciendo que le pusieran una campanilla
junto al lecho y advirtiendo a don Julio Barberis
que, si oía llamar, acudiese inmediatamente.
Durmió bastante bien y tuvo uno de sus sueños
acostumbrados que contó a don Francisco Cerruti.
Le pareció encontrarse en la plazuela existente
al comienzo de la calle de San Máximo, bajando
hacia el edificio Defilippi. En ella había
concentrado un grupo de personas que le rodeó
diciéndole:
-Don Bosco, le estábamos esperando.
->>Y qué queréis de mí?
-Que venga con nosotros.
-Vamos; es cosa fácil el contentaros.
Le condujeron al lugar ocupado entonces por el
taller de fundición,(**Es17.41**))
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