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óbolo no sólo es útil, sino necesario. Ayudadnos,
pues, en la medida de vuestras posibilidades.
Además de la recompensa del Cielo, tendréis
también en esta tierra la satisfacción de cooperar
al aumento de la religión, al bienestar de las
familias, de la sociedad. Muchos muchachos y
muchas niñas alabarán y bendecirán a Dios gracias
a vosotros y, por el contrario, lo maldecirían en
la vida, para odiarlo en la eternidad junto con
los demonios. En estos tiempos, los malos trabajan
para propagar la impiedad y la inmoralidad y
quieren corromper especialmente a la incauta
juventud con organizaciones, con la prensa, con
reuniones, cuyo fin es más o menos abiertamente
apartarla de la religión, de la Iglesia, de la
sana moral. Pues bien, esfuércense los
Cooperadores Salesianos y las Cooperadoras para
oponerse a estos atentados. >>Cómo? Propaguen
buenas doctrinas, libros, grabados, sociedades
católicas, catequesis y cosas parecidas.
Otra cosa más os recomiendo. Rezad los unos por
los otros. Por mi parte, cada día os recuerdo en
la santa misa y rezan también por vosotros
nuestros muchachos. Vosotros les dais un poco de
pan material para sostener su vida; y ellos os dan
el pan espiritual de sus oraciones. Tal vez
vosotros no podáis rezar mucho. Pues bien, estos
muchachos, los Salesianos, las Hermanas de María
Auxiliadora rezarán por vosotros, y obtendrán del
cielo las gracias que necesitáis. Por otra parte,
muchos Cooperadores y Cooperadoras son llamados
cada año a la eternidad, y nosotros unimos
nuestras oraciones a las vuestras en sufragio de
sus almas. Lo que hacemos ahora por los demás, tal
vez el próximo año necesitaremos que otros lo
hagan por nosotros.
Por último, mis buenos Cooperadores y
Cooperadoras, esforcémonos por hacer todo el bien
posible para nosotros y para los demás, a fin de
que María Auxiliadora pueda alegrarse al ver subir
por nuestra mediación muchas almas ((**It17.466**)) al
cielo. Cuando estéis en el paraíso, con qué
entusiasmo exclamaréis cada uno de vosotros:
Bendito el día en que ingresé en los Cooperadores
y Cooperadoras de San Francisco de Sales, porque
cada acto de caridad que hice en favor de esta
obra, fue como el anillo de una cadena de gracias,
por medio de la cual he podido subir a este lugar
de consuelo y de gozo.
Cuando volvió don Bosco a la sacristía, después
de la conferencia, le aguardaba allí mucha gente
para pedirle la bendición. Entre la multitud, vio
a una mujer con un muchacho, que llevaba los ojos
vendados, y, después de mandarle que se acercase,
le preguntó qué enfermedad tenía el muchacho. Eran
madre e hijo y habían ido desde Poirino.
El muchacho se llamaba Juan Penasio, tenía ocho
años y hacía veinte meses que padecía tal
inflamación de los ojos que debía estar siempre en
las obscuridad. Dos especialistas muy renombrados,
los doctores Sperino y Peschel, consultados ya
varias veces, le habían visitado también aquel
mismo día y habían dictaminado que el único
remedio era extirpar el bulbo del ojo izquierdo
para salvar el derecho. La buena mujer,
consternada, lo llevaba allí para que don Bosco lo
bendijera.
El Santo lo bendijo y aceptó la limosna para
una Misa, prometiendo que rezaría por el enfermo.
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