((**Es17.40**)
Y como don Bosco no tenía nada más que añadir,
don Miguel Rúa salió de la habitación muy
emocionado y apenado probablemente, aunque
exteriormente se dominara como solía. El Santo
hizo señas a don Juan Cagliero para que se
quedara. El hijo entrañablemente querido, después
de unos instantes de silencio, le preguntó:
-Entonces >>quiere usted salir de veras en este
estado?
->>Qué quieres que haga?, le contestó. >>No ves
que nos faltan recursos para seguir adelante? Si
no salgo, no sabría cómo arreglármelas para
proveer de pan a nuestros jóvenes. Sólo puedo
esperar socorros de Francia.
-íEh!, replicó don Juan Cagliero llorando como
un niño. Hemos ido adelante hasta ahora a fuerza
de milagros. íVeremos... también éste! Vaya íy
nosotros rezaremos!
-Así, pues, salgo para Francia. El testamento
está hecho y todo está en regla. Te lo entrego en
esta caja. Guárdala y que sea para ti mi último
recuerdo.
Don Juan Cagliero, convencido de que conocía
suficientemente su contenido, la tomó y sin
abrirla se la echó al bolso. No la abrió hasta
seis meses después cuando el Santo, contra las
previsiones del médico y contra toda esperanza,
regresó. Entonces vio que dentro estaba el anillo
de oro que había pertenecido al padre del Santo.
El guardó durante toda su vida aquel hermoso
recuerdo como un precioso y querido
tesoro.(**Es17.40**))
<Anterior: 17. 39><Siguiente: 17. 41>