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Monseñor Cagliero, en una carta no llegada
todavía a destino, pero escrita el día cinco de
mayo y enviada desde Buenos Aires, decía a don
José Lazzero: <((**It17.457**))
grandes compañeros de armas de Jesucristo. íAh!,
que el Señor y María Auxiliadora nuestra buena
Madre nos lo conserven ad multos, sí, ad multos
annos. íY, en cuanto a quererlo, ciertamente, no
nos dejaremos vencer por vosotros; el corazón
trabaja mucho más que la pluma! Os desafiamos a
que le queráis más que nosotros>>. Esta porfía de
afecto filial, a la que, el correr de los años y
el sobrevenir de los afanes, no quitaba nada de su
ingenua vivacidad a los hijos, perduró a la muerte
del Padre en aquellos que él alimentó con su pan y
nutrió con su fe.
como anunciando el fin de nuestro llanto,
pues los hijos de Adán, al fin, lloramos.
Parecía decir en sus acentos:
<<íYa está aquí vuestro Padre, estad contentos!>>
Y, al escuchar su voz tan armoniosa,
sentimos el placer con maravilla.
>>Qué nos dirá su anunciación preciosa?
íY el llanto resbalaba en la mejilla!
Que hemos oído y visto al ruiseñor,
de plumas tan florido embajador.
(**Es17.394**))
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