((**Es17.383**)recibían
el alimento del alma. Habló de las vocaciones al
estado eclesiástico que, sofocadas durante tanto
tiempo en el pasado, van reavivándose en las casas
de educación abiertas por él en Francia. Consoló
finalmente a todas con la promesa de sus oraciones
y las de sus numerosos huerfanitos.
Fue a comer en casa de cierta familia, cuyo
nombre dejó el secretario en blanco. Había en ella
una enferma de los nervios que pasaba la vida
tendida en una silla poltrona portátil. Después de
la comida, pidió don Bosco que se la presentaran.
La hizo levantarse, mas desgraciadamente, cuando
estaba para echar a andar, los que la querían
ayudar la hicieron tropezar, con tan mala suerte
que la pobre se desmayó y estuvo así una hora.
Durante este tiempo, don ((**It17.444**)) Bosco
visitó a otra enferma y volvió después a la
desmayada, que ya había recobrado los sentidos. En
casos como éste, solía decir:
-Hay que tener fe; sólo así se obtiene la
gracia, siempre que no se oponga al bien del alma.
No podía dejar Marsella sin reunir a los
Cooperadores, ya que, precisamente por aguardarle,
habíase diferido la conferencia de San Francisco
de Sales. Fueron convocados para las cuatro de la
tarde del día diecisiete en la capilla del
oratorio 1. Tenía que hablar primero don Bosco,
pero le aquejaba un fuerte dolor de cabeza. Don
Carlos Viglietti, a quien se lo dijo, le propuso
que se lo pasara a él.
-Bueno, pues sea así, contestó.
Y, al instante, le dio una tremenda jaqueca
que, no pudiendo aguantarla, le obligó a echarse
en cama. Después de la reunión, fue a verle el
Santo, lo bendijo y desapareció todo dolor 2.
Presentóse, pues, a hablar y enterneció al
auditorio con su voz senilmente fatigada, pero
llena de afecto y, a veces, vibrante por la
emoción.
-No subo al púlpito, dijo, para haceros un
discurso, pues no me lo consiente la salud; el
discurso será pronunciado por otra lengua más
elocuente que la mía. Vengo sólo para agradecer
primeramente a Dios y luego a los Cooperadores la
caridad con mis huerfanitos, no interrumpida
tampoco este año, aunque no hay quien no lamente
miserias. La gratitud será eterna por mi parte, lo
mismo que por la de los jóvenes patrocinados.
Quién sabe si no será ésta la última vez que puedo
encontrarme entre vosotros; pero, si Dios me llama
a la eternidad,
1 Ap. Doc. núm. 66.
2 El mismo don Carlos Viglietti se lo contó a
don Esteban Trione. Don Federico RiviŠre hace
mención del hecho en una pequeñísima crónica, que
está en nuestros archivos.
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