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tullido y que, después de la bendición de María
Auxiliadora, había curado instantáneamente.
Pasó gran parte del día diez en el noviciado de
Santa Margarita.
Aquellos jóvenes, que aún no vestían sotana, le
recibieron con inmenso regocijo. Aceptó un breve
acto académico que le habían preparado; se lo
agradeció como un padre sabe hacerlo y les
prometió un paseo a Turín para ver la iglesia de
María Auxiliadora y el noviciado de San Benigno,
una vez que hubiesen tomado los hábitos. La
emoción le cortó la palabra varias veces, y
rodaron por sus mejillas gruesas lágrimas. Después
de la comida, se llenó la casa de forasteros.
Llegó también en coche una hidrópica paralítica
que dos personas llevaron en vilo dentro de casa.
Don Bosco la bendijo y luego le dijo:
-Ea, intente caminar un poco.
Y ella, que hacía años no podía moverse, caminó
por sí sola de una a otra parte de la habitación;
((**It17.437**)) salió
después por sus propios pies, apoyándose todavía
en un bastón que le ofrecieron. Los que la habían
llevado alababan a Dios y lloraban. Don Bosco dijo
a Viglietti:
-Le habría podido decir: -Ea, arroje ese bastón
y vaya a trabajar, pero un hecho semejante habría
llamado demasiado la atención.
Encontramos en la crónica el recuerdo de unas
palabras y de un hecho, con fecha del día once.
Fue en el comedor de San León y delante del
célebre abogado Roland, cuando repitió unas
palabras, que ya había dicho en otra ocasión 1.
-El año pasado, dijo, esperando que el cólera
hiciese algún bien a las almas, di como antídoto
la medalla de María Auxiliadora; pero el efecto
fue muy distinto del que esperaba. En las ciudades
no anduvieron mejor las cosas; al contrario, mucho
peor. Por consiguiente, no sé si este año podré
hacer lo mismo.
Estas palabras encerraban también un siniestro
presagio, que debía cumplirse, a saber, la
repetición del contagio.
Salidos los comensales, se adelantó una señora
con su hija. El año 1884 había ido don Bosco a
bendecir a la niña, que padecía terriblemente de
los nervios y tenía las piernas tan arqueadas que
no podía dar un paso. Después de recibir la
bendición, desaparecieron los dolores y luego
caminaba derecha y gallardamente con gran sorpresa
de los que la conocían.
Desde el día de su llegada a Marsella, no había
podido el Santo saludar personalmente al Obispo.
Fue, pues, a visitarle el día doce por la mañana.
Ante su gran bondad y cortesía, se lamentó
Monseñor de
1 Véase más atrás págs. 211-212.
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