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((**Es17.377**) tullido y que, después de la bendición de María Auxiliadora, había curado instantáneamente. Pasó gran parte del día diez en el noviciado de Santa Margarita. Aquellos jóvenes, que aún no vestían sotana, le recibieron con inmenso regocijo. Aceptó un breve acto académico que le habían preparado; se lo agradeció como un padre sabe hacerlo y les prometió un paseo a Turín para ver la iglesia de María Auxiliadora y el noviciado de San Benigno, una vez que hubiesen tomado los hábitos. La emoción le cortó la palabra varias veces, y rodaron por sus mejillas gruesas lágrimas. Después de la comida, se llenó la casa de forasteros. Llegó también en coche una hidrópica paralítica que dos personas llevaron en vilo dentro de casa. Don Bosco la bendijo y luego le dijo: -Ea, intente caminar un poco. Y ella, que hacía años no podía moverse, caminó por sí sola de una a otra parte de la habitación; ((**It17.437**)) salió después por sus propios pies, apoyándose todavía en un bastón que le ofrecieron. Los que la habían llevado alababan a Dios y lloraban. Don Bosco dijo a Viglietti: -Le habría podido decir: -Ea, arroje ese bastón y vaya a trabajar, pero un hecho semejante habría llamado demasiado la atención. Encontramos en la crónica el recuerdo de unas palabras y de un hecho, con fecha del día once. Fue en el comedor de San León y delante del célebre abogado Roland, cuando repitió unas palabras, que ya había dicho en otra ocasión 1. -El año pasado, dijo, esperando que el cólera hiciese algún bien a las almas, di como antídoto la medalla de María Auxiliadora; pero el efecto fue muy distinto del que esperaba. En las ciudades no anduvieron mejor las cosas; al contrario, mucho peor. Por consiguiente, no sé si este año podré hacer lo mismo. Estas palabras encerraban también un siniestro presagio, que debía cumplirse, a saber, la repetición del contagio. Salidos los comensales, se adelantó una señora con su hija. El año 1884 había ido don Bosco a bendecir a la niña, que padecía terriblemente de los nervios y tenía las piernas tan arqueadas que no podía dar un paso. Después de recibir la bendición, desaparecieron los dolores y luego caminaba derecha y gallardamente con gran sorpresa de los que la conocían. Desde el día de su llegada a Marsella, no había podido el Santo saludar personalmente al Obispo. Fue, pues, a visitarle el día doce por la mañana. Ante su gran bondad y cortesía, se lamentó Monseñor de 1 Véase más atrás págs. 211-212. (**Es17.377**))
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