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cardenal Parocchi, que fue muy mal visto por los
liberales, siendo obispo de Pavía, y que, nombrado
Arzobispo de Bolonia, no pudo obtener del Gobierno
el regio exequátur en cinco años 1. Era un hombre
de selecto ingenio, de rica cultura y muchos
méritos y no debía permanecer bajo el celemín por
la animadversión de los sectarios; el alto cargo
que le confiaba el Papa, lo ponía en condiciones
de prestar señalados servicios a la Iglesia. Don
Bosco le escribió enseguida una cartita de
felicitación a la que respondió Su Eminencia con
una sencilla tarjeta de visita y unas palabras de
cumplido, pero el día catorce de marzo, después de
tomar posesión de su cargo, le envió una carta, en
la que le decía:
<((**It17.32**)) toda la
Congregación Salesiana. Será para mí una verdadera
satisfacción proporcionarle todo el bien que yo
pueda, dentro de mis atribuciones y mis fuerzas>>.
Los días veintiuno, veintidós y veintitrés de
febrero salió don Bosco de paseo con Lemoyne
aunque con dificultad. Pero su mente no
descansaba, sino que rumiaba la reanudación de
unas gestiones, ya intentadas una y otra vez en
circunstancias poco propicias y que ofrecían
entonces más probabilidad de éxito, a saber, la
concesión de los privilegios. Iba, además,
madurando la idea de emprender un nuevo viaje a
Francia para encontrar los medios con que hacer
frente a múltiples necesidades. De lo uno y de lo
otro hablaremos más adelante.
Debemos, sin embargo, decir en seguida que esta
última decisión alarmó a los Superiores. El mismo
tenía también alguna aprensión. Pero escribía don
Francisco Dalmazzo, desde Roma, que las obras de
la iglesia del Sagrado Corazón estaban suspendidas
por falta de dinero; añadíase a esto que el
Oratorio y otras casas se encontraban en graves
apuros económicos. Baste decir que el Capítulo
Superior aguantaba entonces la enorme deuda de un
millón ciento veintiséis mil liras.
Desde Marsella insistían pidiendo su visita
anual porque la casa necesitaba mucho dinero y él
escribía una carta al párroco Guiol, diciéndole
que, en verdad, sus ojos y su salud difícilmente
le consentirían arrostrar el viaje y, mientras
tanto, con su acostumbrada jovialidad, le
encargaba que pagase él mismo las deudas. El
párroco le contestó
1 Véase Vol. XlV, pág., 95 y sigts.(**Es17.37**))
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