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a él. La iglesia de Notre-Dame estaba repleta de
gente. Omito el discurso que pronunció el orador y
los elogios que hizo de don Bosco y todo lo que
acaeció después, porque don José Ronchail hará una
amplia reseña de todo ello, que se publicará con
el Boletín Salesiano>>.
((**It17.422**)) El
predicador, aunque conocía las simpatías de su
auditorio por don Bosco, jamás hubiera imaginado
un entusiasmo como el que estaba presenciando;
aquel espectáculo enardeció su elocuencia. Después
de demostrar la necesidad de proporcionar
educación cristiana a los hijos del pueblo, hizo
patente el gran vacío que venían a llenar las
obras de don Bosco, al que calificó de agente de
cambio de la Providencia; pues, en efecto,
cambiaba los bienes pasajeros por los bienes
eternos. Su palabra resultó tan eficaz que la
colecta alcanzó la bonita cantidad de más de
cuatro mil francos.
Terminada la ceremonia, don Bosco volvió a casa
del conde de Montigny, que celebró en su honor una
espléndida cena con unos treinta convidados, todos
ellos bienhechores insignes de las casas de Niza y
Lille. A los postres, después de expresar su gran
satisfacción por tener a don Bosco en su mesa,
entre tan selecta corona de amigos, y narrar de
qué manera el orfanato de San Gabriel en Lille
había pasado a manos del Santo, siguió diciendo:
-Hace catorce meses que aquella casa está en
manos de los Salesianos y hoy aquí, a punto de
volver a mi ciudad, tengo la dicha de decir a don
Bosco ante tan distinguidos señores, que nosotros
estamos agradecidísimos por el bien que ha hecho a
la juventud de Francia y, particularmente, a la de
Lille.
Le respondió el Santo y, después de describir
su primer encuentro con el conde de Montigny en
Niza y referir la magnífica recepción que le
habían tributado el año anterior en la <>, alabó la caridad de los franceses en
favor de sus obras y puso de relieve el interés
general de la ciudad de Lille por la casa de San
Gabriel; se detuvo un instante y, después, siguió
diciendo:
-Su gran caridad invadía mi corazón y no sabía
cómo podría atestiguar mi gratitud. Expuse con
toda sencillez al Padre Santo en mi último viaje a
Roma lo que había visto y hecho en aquella ciudad
tan cristiana, y el Papa, que conoce muy bien la
caridad de los católicos de Lille y su cariño a la
Santa Sede, quiso dar a aquellos fervientes
católicos y, en particular, a los ((**It17.423**))
bienhechores de nuestras obras un testimonio de su
paternal benevolencia, concediendo al que fue el
primero en llamarnos allí y que sigue siendo
siempre nuestro más valioso colaborador, al señor
Alfredo de Montigny, el título de Conde
(**Es17.365**))
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