((**Es17.359**)
El padre gozaba sobremanera al verle tan
dedicado al cuidado del patrimonio y alimentaba
halagüeñas esperanzas para sus planes; pero, si
hubiese podido leer en su corazón, habría
descubierto el esfuerzo de voluntad que le costaba
doblegarse a aquel género de vida tan opuesto a
sus aspiraciones. La carta de don Bosco no
amortiguó sus ansias, sino que las avivó más. Por
ello, invocó de nuevo en agosto el auxilio de sus
consejos y recibió una respuesta todavía más
indeterminada que la anterior y escrita, por
añadidura, con mucha prisa, como lo prueba el
texto original. Don Bosco estaba entonces muy
atareado con los ejercicios de San Benigno y no se
encontraba bien.
Muy querido y respetable señor Príncipe
Augusto:
Me ha gustado muchísimo su carta, que ha
constituido un preciosísimo regalo para todos los
Salesianos, y no dejaremos de rezar por usted y
por toda su familia.
((**It17.415**)) En
este momento, hacemos los ejercicios.
Mi salud no es buena, pero todos los sacerdotes
tienen cada mañana un memento según su intención.
Tendré la satisfacción de escribir lo más pronto
posible. Los consejos del Señor Príncipe, su
Padre, son muy prudentes; no se puede decir nada
mejor. Si yo no pudiere, ya le dará don Miguel Rúa
los detalles, que usted desea en su carta.
Que la Santísima Virgen le guíe en todas sus
decisiones. Me encomiendo a sus caritativas
oraciones y que Dios nos guíe por el camino del
Paraíso. Así sea.
San Benigno Canavese, 26 de agosto de 1885
Su humilde servidor,
JUAN BOSCO, Pbro.
Para no tenerlo en suspenso por más tiempo, dos
días después encargó don Bosco a don Miguel Rúa
que le comunicara su pensamiento, y éste escribió
al Príncipe, el veintiocho de aquel mes: <>.
La prudencia no permitía decir más. El padre no
ignoraba ya cuáles eran las intenciones de
Augusto; por eso, mientras le pareció que
persistía en él la indecisión, multiplicó los
asaltos, sobre todo
(**Es17.359**))
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