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que será más eficaz y con el que se podrá lograr
mejor nuestro intento: el amor a las riquezas.
En una Congregación religiosa, cuando entra el
amor a las riquezas, penetra también en ella el
amor a las comodidades, se busca la manera de
disponer de peculio, se rompe el vínculo de la
caridad, no pensando cada uno más que en sí mismo;
se echan en olvido los pobres para atender
únicamente a los que tienen bienes de fortuna, se
roba a la Congregación...
Aquél quiso continuar, pero surgió un tercero
que exclamó:
-Pero, íqué gula, ni qué riquezas! Entre los
Salesianos el amor a las riquezas puede subyugar a
pocos. Los Salesianos son todos pobres, tienen
pocas ocasiones de procurarse un peculio. Además,
en general, están constituidos de tal forma y son
tantas sus necesidades por los muchos jóvenes que
atienden y las casas que tienen que abastecer, que
cualquier cantidad, por gruesa que fuese, sería
inmediatamente empleada. No es posible que
atesoren dinero. Pero yo tengo un medio infalible
para ganar a nuestra causa a la Sociedad
Salesiana, y éste es la libertad. Inducir, pues, a
los Salesianos a despreciar las Reglas, a rechazar
ciertas ocupaciones por pesadas y poco
honoríficas, a producir cismas entre los
Superiores con opiniones diversas, a ir a visitar
a los parientes, so pretexto de invitaciones, y
cosas semejantes.
Mientras los demonios parlamentaban, don Bosco
pensaba:
-Ya, ya me percato de todo cuanto estáis
diciendo. Hablad, hablad, pues así podré frustrar
vuestras tramas.
Entretanto se adelantó un cuarto demonio que
dijo:
-Pero qué, esas armas que proponéis son
inútiles. Los Superiores sabrán poner freno a esa
libertad, despidiendo de casa a los que se
muestren rebeldes contra las Reglas. ((**It17.387**)) Alguno
será tal vez deslumbrado por el deseo de la
libertad, pero la gran mayoría se mantendrá en el
cumplimiento de su deber. Yo tengo un medio para
poder arruinarlo todo desde sus cimientos; un
medio tal que a duras penas los Salesianos podrán
precaverse de él. Escuchadme con atención.
Persuadirlos de que la ciencia debe ser su gloria
principal. Por tanto, inducirlos a estudiar mucho
para sí, para adquirir fama, y no para practicar
lo que aprenden, no para usufructuar la ciencia en
ventaja del prójimo. Así, procurar que traten con
desprecio a los pobres e ignorantes y que no
atiendan en absoluto el sagrado ministerio. Nada
de oratorios festivos, ni de catecismo a los
niños; nada de clases primarias para instruir a
los pobres niños abandonados; nada de largas horas
de confesonario. Atenderán sólo a la predicación,
pero raras veces y de una forma medida y estéril,
pues en ella buscarán solamente
(**Es17.334**))
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