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((**Es17.33**) Un compañero a quien había contado el sueño comenzó a creer que era cierto. Don Eugenio Bianchi fue a verlo y le dijo: -Puesto que aseguras que vas a morir, encomiéndate a la Virgen, pidiéndole que te saque pronto del purgatorio. El respondió: -Esta tarde ((**It17.27**)) estaré con Ella. Me lo ha dicho Ella misma. Se mantuvo constantemente sereno y alegre hasta el último instante, que fue hacia las dos de la tarde. En el sueño había sabido también que su madre iría a verlo; mas que, por llegar tarde, lo encontraría ya cadáver. Y así sucedió punto por punto. Como le hubiera sido imposible salir tan pronto como recibió la noticia de la gravedad, llegó dos horas después del fallecimiento. Llegó a Turín la voz de lo sucedido. Un periódico de la ciudad, neciamente humorístico, publicó una caricatura en la que se veía a un clérigo ahorcado colgado de un árbol y a don Bosco de rodillas ante él. íPobre gente sin fe y sin amor! >>Y la salud de don Bosco? La salud de don Bosco iba de mal en peor. En primer lugar, una extraordinaria postración de fuerzas había sido la causa de que el mismo hablar en voz alta le perjudicase al estómago; aquejóle además un principio de bronquitis con tos y esputos sanguinolentos. En la noche del diez de febrero, llenó de sangre el pañuelo. La hinchazón de las piernas, que lo atormentaba desde hacía años, le llegó hasta las caderas. El día doce fue a visitar al doctor Albertotti que le obligó a guardar cama. Aquella noche una consulta celebrada por los doctores Albertotti y Fissore diagnosticaron síntomas de extrema debilidad: el latido del corazón era apenas perceptible. El cardenal Alimonda, lleno de ansiedad, enviaba dos veces al día a preguntar por el paciente. En tal estado, el siervo de Dios tuvo la noche del día trece un sueño que se aprestó a contar cuando estuvo algo repuesto. Le pareció hallarse en una casa donde se encontró con San Pedro y con San Pablo. Vestían unas túnicas que les llegaban hasta las rodillas y llevaban en la cabeza unos gorros estilo oriental. Ambos sonreían a don Bosco. Habiéndoles preguntado si tenían alguna misión que encomendarle o algo que comunicarle, no respondieron a su pregunta, sino que comenzaron a hablar del Oratorio y de los jóvenes. Entretanto, he aquí que llega un amigo de don Bosco, muy conocido entre los Salesianos, pero que el siervo de Dios no recordaba después quién era. -Mire estas dos personas, dijo al recién llegado. ((**It17.28**)) El amigo las miró y dijo:(**Es17.33**))
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