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donde encontró que el postulante no había sido
todavía novicio regularmente.
-Dígasele, concluyó don Bosco, que puede gozar
de todos los privilegios de los Salesianos, siendo
cooperador.
El día seis de septiembre expuso don Miguel
Rúa, con respecto a los coadjutores, una idea, que
ya había expresado anteriormente, pero en ausencia
de don Bosco. Era del parecer de que hubiese dos
clases de coadjutores; porque le parecía
bochornoso que un abogado, un médico, un
farmacéutico, un profesor estuviese junto a un
<>. Don Bosco contestó:
-No puedo admitir dos clases de coadjutores.
Póngase atención para no recibir en la
Congregación a ciertos individuos, que aun siendo
buenos, son rudos y hasta de pocos alcances,
capaces, si se les ofrece la ocasión, de ir
tranquilamente a la taberna sin miramiento alguno.
Si se recibe en casa a esta gente, no se la
designe con el calificativo de coadjutor, sino con
el de criado. No se admitan nunca en la
Congregación, y mucho menos a la profesión de los
votos.
Don Miguel Rúa explicó su idea, preguntando si
no se podía instituir para éstos una clase
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semejante a la de los terciarios, como la tienen
los Franciscanos en sus conventos.
-Por ahora no hace falta, contestó don Bosco.
La caridad paternal de don Bosco brilla en un
caso de admisión a las órdenes. Es preciso saber
que, aquel año por vez primera, desde septiembre
en adelante, había dejado de confesar a los
ejercitantes porque no se sentía ya con fuerzas, y
había confiado este ministerio a don Miguel Rúa,
por cuyo motivo dijo el día doce de aquel mes:
-En esta tanda de ejercicios me encuentro mucho
más libre para tratar sobre las vocaciones, puesto
que no he confesado. Así, puedo preguntar y
valerme de las respuestas para dar las
disposiciones que crea útiles a quienes vienen a
pedirme consejo.
Entonces anunció don Juan Cagliero que tres
clérigos no habían sido admitidos a las órdenes
por los capítulos locales. Oídos sus nombres, dijo
don Bosco de uno de los tres:
-El asegura que desea pertenecer al estado
eclesiástico y que no tiene ninguna intención de
dejar la Congregación. Dice que se siente
desalentado, al verse considerado como un ser
inútil en la casa y que, por eso, descuidando el
coloquio personal o rendición de cuentas, ha
perdido la confianza con el Director, y sólo va a
él en los casos de necesidad. Empero, que se ha
confesado regularmente cada diez días y recibido
con frecuencia la comunión; y que no hay nada que
merezca
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