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((**Es17.291**) Los periódicos atizaban el fuego; pero la indiferencia de la mayoría redujo poco a poco a la nada la ridícula intentona. En cambio, don Juan Bautista Rinaldi trabajaba con la esperanza de un éxito mayor para dar a Faenza un internado. Al hacerse con la casa y el terreno anejo, cometió la imprudencia de pedir autorización al Real Delegado de Rávena el cual, como era de esperar, la rechazó. Cuando don Bosco se encontró con el Director en Bolonia, ((**It17.336**)) le mostró el disparate y le enseñó la manera de remediarlo. En aquel entonces, expresó él mismo su norma de conducta en los siguientes términos: -De aquí en adelante, en Italia abriremos casas para aprendices, que servirán de escudo para los estudiantes. Por tanto, por mera cortesía, se podrá dar aviso de ello a la autoridad civil, aunque ni eso conviene. Si fuere menester, acudiremos al Ministerio de Gobernación, del que dependen las obras de beneficencia. Son Obras que recomienda el Ministerio. Sugirió, pues, a don Juan Bautista Rinaldi que explicara en este sentido al Delegado de Enseñanza la carta, que le había enviado para pedir una licencia que no era necesaria. Además, como aquí se empezaban los cursos elementales, bastaría que los encargados de la enseñanza fuesen maestros titulados. Así, pues, en los comienzos sólo se habló de escuelas profesionales. La apertura del colegio suponía el traslado de los Salesianos desde el Borgo a la ciudad. Los sectarios espiaban sus movimientos. Un semanario recién aparecido y titulado Lamone, por el río que pasa por Faenza, publicó en su número del día cinco de octubre, fiesta del Santo Rosario, un violento artículo de fondo contra ellos. Personas dignas de crédito aseguran que un delincuente comprado tenía orden de penetrar durante la noche en el patio del oratorio, poner unas bombas en la cantina subterránea y hacer saltar la casa. Pero la Providencia detuvo al facineroso. Hacía unos días que bajaba el río con tanta agua que metía miedo y, además estaba vigilado por guardias. Precisamente se desbordó a eso de la medianoche y sus aguas inundaron cada vez más el terreno. Las campanas de la ciudad tocaron a rebato; a sus sones contestaban los cuernos desde el campo; toda la población se levantó sobresaltada, de suerte que la confusión general impidió la ejecución de la fechoría. Don Juan Bautista Rinaldi, por consejo de personas amigas, pidió y obtuvo que los soldados montasen guardia en la casa durante algunos días. Creyó también necesario contestar a las insolentes amenazas del periódico y envió al gerente un escrito para que lo publicase en el (**Es17.291**))
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