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Los periódicos atizaban el fuego; pero la
indiferencia de la mayoría redujo poco a poco a la
nada la ridícula intentona.
En cambio, don Juan Bautista Rinaldi trabajaba
con la esperanza de un éxito mayor para dar a
Faenza un internado. Al hacerse con la casa y el
terreno anejo, cometió la imprudencia de pedir
autorización al Real Delegado de Rávena el cual,
como era de esperar, la rechazó. Cuando don Bosco
se encontró con el Director en Bolonia, ((**It17.336**)) le
mostró el disparate y le enseñó la manera de
remediarlo. En aquel entonces, expresó él mismo su
norma de conducta en los siguientes términos:
-De aquí en adelante, en Italia abriremos casas
para aprendices, que servirán de escudo para los
estudiantes. Por tanto, por mera cortesía, se
podrá dar aviso de ello a la autoridad civil,
aunque ni eso conviene. Si fuere menester,
acudiremos al Ministerio de Gobernación, del que
dependen las obras de beneficencia. Son Obras que
recomienda el Ministerio.
Sugirió, pues, a don Juan Bautista Rinaldi que
explicara en este sentido al Delegado de Enseñanza
la carta, que le había enviado para pedir una
licencia que no era necesaria. Además, como aquí
se empezaban los cursos elementales, bastaría que
los encargados de la enseñanza fuesen maestros
titulados. Así, pues, en los comienzos sólo se
habló de escuelas profesionales.
La apertura del colegio suponía el traslado de
los Salesianos desde el Borgo a la ciudad. Los
sectarios espiaban sus movimientos. Un semanario
recién aparecido y titulado Lamone, por el río que
pasa por Faenza, publicó en su número del día
cinco de octubre, fiesta del Santo Rosario, un
violento artículo de fondo contra ellos. Personas
dignas de crédito aseguran que un delincuente
comprado tenía orden de penetrar durante la noche
en el patio del oratorio, poner unas bombas en la
cantina subterránea y hacer saltar la casa. Pero
la Providencia detuvo al facineroso. Hacía unos
días que bajaba el río con tanta agua que metía
miedo y, además estaba vigilado por guardias.
Precisamente se desbordó a eso de la medianoche y
sus aguas inundaron cada vez más el terreno. Las
campanas de la ciudad tocaron a rebato; a sus
sones contestaban los cuernos desde el campo; toda
la población se levantó sobresaltada, de suerte
que la confusión general impidió la ejecución de
la fechoría. Don Juan Bautista Rinaldi, por
consejo de personas amigas, pidió y obtuvo que los
soldados montasen guardia en la casa durante
algunos días.
Creyó también necesario contestar a las
insolentes amenazas del periódico y envió al
gerente un escrito para que lo publicase en el
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