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las deudas que tenía el colegio con la comisión
tridentina, no las de don Bosco por muebles,
papel, libros, vestidos y otros artículos de esta
clase. Pero la verdad era que con la comisión no
había deudas, sino créditos; el Cardenal hablaba
de aquel modo apoyándose en erróneas aserciones
del canónigo Rebaudi. Y en casa de éste vivía el
famoso seminarista preparándose para el
presbiterado, que recibiría pronto, aun antes que
sus compañeros de curso.
El Cardenal había dado una buena prueba de su
aprecio a don Bosco al apoyar su petición de los
privilegios; pero entonces, como obispo de la
diócesis, sufría la influencia de las camarillas
del lugar, que jugaban con su buena fe. >>Acaso no
le habían dado a entender incluso que el
ayuntamiento era contrario a los Salesianos y
favorable al hospicio? En cambio, el ayuntamiento
tenía tanto interés por el colegio que habría
hecho todo lo posible para evitar su clausura. No
porque el alcalde tuviese simpatía por sacerdotes
docentes, pues, al contrario, se habría deshecho
de ellos de buen grado; pero, no sabiendo cómo
encontrarlos entre los seglares y tan baratos, se
contentaba con los Salesianos.
Pero, mientras tanto y a causa de todos estos
manejos, los alumnos habían bajado de noventa a
cincuenta y tres y parecía que la intención del
Cardenal era la de prescindir de los Salesianos
tan pronto como fuese posible. Más aun, quería
tomar medidas todavía más radicales, no sólo
cerrando el colegio, sino reduciendo el seminario
a unos veinte seminaristas que consideraba
suficientes para las necesidades de su diócesis.
Se informó de todo aquel litigio al Cardenal
Protector quien, después de examinar los
documentos, juzgó que la razón estaba de parte de
los Salesianos. Don Bosco, sin perderse en el
laberinto de la controversia, no se apartaba de su
punto de vista, el más concreto y el menos
engorroso. Dijo así:
-Demos de lado toda otra afirmación y hagamos
hincapié en este punto; ((**It17.332**)) si no
nos pagan las deudas, no podemos continuar. Y esto
basta; si se quiere que continuemos, fíjennos una
subvención.
Sin embargo, se determinó seguir en buena
amistad hasta el término del curso, escribiendo al
Cardenal que se aceptaban sus generosas propuestas
de liquidar las deudas, que se deseaba saber en
qué época del año se haría el pago y, en todo
caso, que no fuera más tarde del mes de mayo.
Cuando el Cardenal recibió esta comunicación,
contestó negando el déficit que se afirmaba
existir, rehusando admitir que el hospicio
(**Es17.287**))
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