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A partir del día 3 de septiembre de 1884,
habían alterado la paz en la misión de Patagonia
graves contratiempos. Era gobernador del
territorio el general de brigada Winter, que
mandaba también las tropas de la frontera a lo
largo de los ríos Negro, Neuquén y Limay. Mientras
fue amigo de los Salesianos, todo marchó a las mil
maravillas; pero cuando el Gobierno nacional
declaró, por manejos sectarios, la guerra
religiosa y rompió las relaciones con la Santa
Sede, expulsando al Delegado Apostólico, monseñor
Matera, so pretesto de no ser persona grata, el
Gobernador, dominado por falsos principios y, tal
vez, inducido también por el Presidente, aprovechó
en seguida la ocasión que le ofreció una
imprudencia cometida por puro celo de don Domingo
Milanesio, y comenzó a perseguir sin tregua ni
cuartel a los pobres misioneros. Durante la lucha,
denunció a los Salesianos ante el Ministro de
Gracia y Justicia, como personas sin educación y
escandalosas y como traficantes, aconsejando al
Gobierno central que no admitiera a ninguno de
ellos en las parroquias del territorio argentino.
Los calumnió también, por medio de sus
dependientes, ante el Arzobispo de Buenos Aires,
intentando por todos los medios expulsarlos
totalmente de Viedma y Patagones, como ya había
comenzado a hacer incluso a mano armada.
((**It17.311**)) Don
cosas salvaron a los Salesianos de la ruina; la
energía de don José Fagnano y una feliz previsión
del mismo. Mientras hacía cuanto podía para calmar
al Gobernador, envió a las autoridades
eclesiásticas y civiles una fuerte autodefensa, ya
que la prensa masónica apuntaba principalmente
contra su persona. Desgraciadamente los periódicos
católicos, que entraron en liza para defender a
los Salesianos, emplearon un lenguaje agresivo y
violento, acometiendo al Gobierno e irritando así
más y más los ánimos. Las familias de Patagones y
Viedma y toda la población de las orillas del río
Negro sabían cuán infame era el proceder de los
adversarios, pero no se atrevían a levantar la voz
contra el enemigo por miedo a sus propios
intereses, que estaban a merced de las autoridades
nacionales. Don José Fagnano no se acobardó, antes
al contrario organizó las cosas de tal modo que
incluso podía oponer una valiente defensa
material, si la violencia llegaba hasta el
extremo. Y esto podía hacerlo en puntos donde
residía en terreno propio, pues había comprado
tierras y había construido en ellas a fin de que
nadie tuviese derecho para obligarle a marcharse
legalmente de allí. Esta conducta audaz y firme
salvó a los Salesianos de un asalto improviso, ya
planeado en el hervor de la pasión por sus
enemigos, y dio tiempo para sopesar acusaciones y
defensas en Buenos Aires. El Ministro, debido
también a la intervención de la Curia,
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