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El día primero de febrero por la mañana
Monseñor ordenó en la iglesia de María Auxiliadora
a ocho sacerdotes, dos diáconos, cuatro
subdiáconos y confirió las órdenes menores a diez
clérigos; algunos de estos recién ordenados iban a
partir con él. En la ceremonia vespertina del
adiós, él mismo pronunció el discurso; vino
después el Cardenal a bendecir a los que iban a
emprender el viaje. Don Bosco tuvo que obedecer la
prescripción de los médicos de no salir en
absoluto de su habitación. Sólo al día siguiente,
se comprendió cuál fue el motivo del malestar que
le inquietaba.
Monseñor, después de despedir a sus compañeros
de viaje en la misma tarde ((**It17.306**)) del
día primero de febrero, se quedó todavía en el
Oratorio, porque se encontraba demasiado cansado y
contaba con alcanzar a los otros en Sampierdarena
al día siguiente. Esta breve demora le proporcionó
la satisfacción de un último afectuoso coloquio
con don Bosco.
Aquella tarde, pues, hacia las siete, fue a
verle y sin decir palabra se sentó a su lado.
También don Bosco callaba. íCuántos recuerdos
debieron acudir a la mente de ambos en aquellos
momentos solemnes!
Por fin, preguntó don Bosco:
->>Han salido tus compañeros?
-Sí, señor; han salido.
-Me parecían muy preocupados por mi salud. Tan
pronto como los veas, diles que no tengan pena. Yo
no estoy malo. Era sólo la emoción lo que me hacía
aparecer como tal. íPobrecitos! Se veía que les
daba pena mi estado.
-Esté usted seguro, les diré lo que sea
necesario para liberarlos de todo siniestro
presentimiento.
->>Y tú cuándo vas a salir?
-Mañana tengo que estar en Sampierdarena.
->>En qué tren irás?
-No hablemos de la hora. Ya lo pensaremos.
-Si pudieses salir algo tarde y descansar con
tranquilidad...
-Don Bosco, no piense en esto. Me encuentro
bien; déjelo de mi cuenta. Esta tarde nos veremos
otra vez y combinaremos todo.
Después empezaron a hablar de las misiones
hasta la hora de la cena. Monseñor se retiró, y
don Bosco, que no aguantaba más, tuvo que
acostarse. A las nueve y media, volvió Monseñor a
verle y haciéndose violencia para aparentar su
acostumbrada desenvoltura, se acerco a la cama.
->>Qué quieres, mi querido Monseñor?, dijo don
Bosco algo vacilante.
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