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que procedían de lo alto y de lejos. El sentido
del cántico era éste y la armonía que le
acompañaba era difícil de expresar: Soli Deo honor
et gloria in saecula saeculorum. Otros coros, que
resonaban siempre en la altura y desde muy lejos,
respondían a estas voces: Semper gratiarum actio
illi qui erat, est et venlurus est. Illi
eucharistia, illi soli honor sempiternus.
Pero, en aquel momento, los coros bajaron y se
acercaron. Entre aquellos músicos celestes estaba
Luis Colle. Los que estaban en la sala comenzaron
entonces a cantar y se unieron, mezclándose las
voces de manera que semejaban instrumentos músicos
maravillosos, con unos sonidos cuya extensión no
tenía límites. Aquella música parecía compuesta al
mismo tiempo por mil notas y mil grados de
elevación que se unían formando un solo acorde.
Las voces altas subían de una manera imposible de
imaginar. Las voces de los que estaban en la sala
bajaban sonoras y alcanzaban escalas difíciles de
expresar. Todos formaban un coro único, una sola
armonía, pero tanto los bajos como los contraltos
eran de tal gusto y belleza y penetraban en los
sentidos produciendo tal efecto, que el hombre se
olvidaba de su propia existencia y yo caí de
rodillas a los pies de monseñor Cagliero
exclamando:
-íOh, Cagliero! íEstamos en el Paraíso!
Monseñor Cagliero me tomó por la mano y me
dijo:
-No es el Paraíso, es una sencilla, una débil
figura de lo que en realidad será el Paraíso.
Entretanto las voces humanas de los dos
grandiosos coros proseguían y cantaban con
indecible armonía: Soli Deo honor et gloria et
triumphus, alleluia, in aeternum, in aeternum!
((**It17.305**)) Aquí
me olvidé de mí mismo y no sé qué fue de mí.
Por la mañana, a duras penas me podía levantar
del lecho; apenas me daba cuenta de lo que hacía
cuando me dirigía a celebrar la Santa Misa.
El pensamiento principal, que me quedó grabado
después de este sueño, fue el de dar a monseñor
Cagliero y a mis queridos misioneros un aviso de
suma importancia relacionado con la suerte futura
de nuestras Misiones:
-Todas las solicitudes de los Salesianos y de
las Hijas de María Auxiliadora han de encaminarse
a promover vocaciones eclesiásticas y religiosas.
Cada vez que al contar este sueño repetía las
palabras: íViva! íTriunfo!, la voz de don Bosco,
como nos asegura Lemoyne, asumía un acento tan
vibrante que hacía temblar. Cuando al final nombró
a su querido monseñor Cagliero, suspendió por unos
instantes la narración, un sollozo le truncó la
palabra y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Don Santiago Castamagna, al dar las gracias a
Lemoyne que le había enviado copia de éste y de
otro sueño, le decía: <>, pues nosotros, contentos de hacer la
profesión de fe de Urbano VIII, creemos en las
visiones de nuestro Padre, el cual, nunca lo
olvidaré, me dijo un día:
>>-Entre tantas Congregaciones y Ordenes
religiosas, tal vez la nuestra fue la que recibió
con más frecuencia la palabra de Dios>>.
1 Carta sin fecha; mas, por el contexto, se
arguye que fue escrita a primeros de mayo.
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