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vi! íVi todos y cada uno de los colegios! Vi como
en un solo punto el pasado, el presente y el
porvenir de nuestras misiones. De la misma manera
que lo contemplé todo en conjunto de una sola
mirada, lo vi también particularmente, siéndome
imposible dar una idea, aunque somera, de aquel
espectáculo. Solamente lo que pude contemplar en
aquella ((**It17.301**))
llanura de Chile, de Paraguay, de Brasil, de la
República Argentina, sería suficiente para llenar
un grueso volumen, si quisiese dar una breve
noticia de todo ello. Vi también en aquella amplia
extensión, la gran cantidad de salvajes que están
esparcidos por el Pacífico hasta el golfo de
Ancud, por el Estrecho de Magallanes, Cabo de
Hornos, Islas de San Diego, en las islas Malvinas.
Toda la mies destinada a los Salesianos. Vi que
entonces los Salesianos sembraban solamente, pero
que nuestros seguidores cosecharían. Hombres y
mujeres vendrán a reforzarnos y se convertirán en
predicadores. Sus mismos hijos, que parece
imposible puedan ser ganados para la fe, se
convertirán en evangelizadores de sus padres y de
sus amigos. Los Salesianos lo conseguirán todo con
la humildad, con el trabajo, con la templanza.
Todas las cosas, que yo contemplaba en aquel
momento y que vi seguidamente, se referían a los
Salesianos, su regular establecimiento en aquellos
países, su maravilloso aumento, la conversión de
tantos indígenas y de tantos europeos allí
establecidos. Europa se volcará hacia América del
Sur. Desde el momento en que en Europa se empezó a
despojar a las iglesias de sus bienes, comenzó a
disminuir el florecimiento del comercio, el cual
fue e irá cada vez más de capa caída. Por lo que
los obreros y sus familias, impulsados por la
miseria, irán a buscar refugio en aquellas nuevas
tierras hospitalarias.
Una vez contemplado el campo que el Señor nos
tiene destinado y el porvenir glorioso de la
Congregación Salesiana, me pareció que me ponía en
viaje para regresar a Italia. Era llevado a gran
velocidad por un camino extraño, altísimo, y de
esa manera llegué al Oratorio. Toda la ciudad de
Turín estaba bajo mis pies y las casas, los
palacios, las torres me parecían bajas casucas:
tan alto me encontraba. Plazas, calles, jardines,
avenidas, ferrocarriles, los muros que rodean la
ciudad, los campos, las colinas circundantes, las
ciudades, los pueblos de la provincia, la
gigantesca cadena de los Alpes cubierta de nieve
estaban bajo mis pies y ofrecían a mis ojos un
espectáculo maravilloso. Veía a los jóvenes allá
en el Oratorio, tan pequeños que parecían
ratoncitos. Pero su número era extraordinariamente
grande; sacerdotes, clérigos, estudiantes,
maestros de talleres lo llenaban todo; muchos
partían en procesión y otros llegaban a ocupar las
vacantes dejadas por los que se marchaban. Era un
ir y venir continuo.
Todos iban a concentrarse en aquella
extensísima llanura entre Chile y la República
Argentina, de la cual había vuelto en un abrir y
cerrar de ojos. Yo lo contemplaba todo. Un joven
sacerdote, parecido a nuestro don José Pavía, pero
que no lo era, con aire afable, palabra cortés y
de cándido aspecto y encarnadura de niño, se
acercó a mí y me dijo:
-He aquí las almas y los países destinados a
los hijos de San Francisco de Sales.
Yo estaba maravillado al ver la inmensa
multitud que se había concentrado allí en un
momento, desapareciendo seguidamente, sin que se
distinguiese apenas en la lejanía la dirección que
había tomado.
Ahora noto que, al contar mi sueño, lo hago a
grandes rasgos, no siéndome posible precisar la
sucesión exacta de los magníficos espectáculos
((**It17.302**)) que se
me ofrecían a la vista y las varias circunstancias
accesorias. El ánimo desfallece, la memoria
flaquea, la palabra es insuficiente. Además del
misterio que envolvía aquellas escenas, éstas se
alternaban, se mezclaban, se repetían según
diversas concentraciones
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