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Pero seguidamente, reflexionando, comprendí que el
número era pequeño porque se habían distribuido
por muchos sitios, como simiente que debía ser
transportada a otro lugar para ser cultivada y
para que se multiplicase.
Aparecían en aquella llanura muchas y.
numerosas calles formadas por casas levantadas a
lo largo de las mismas. Aquellas calles no eran
como las de esta tierra, ni las casas como las de
este mundo. Eran objetos misteriosos y diría casi
espirituales. Las calles se veían recorridas por
vehículos o por otros medios de locomoción que, al
correr, adoptaban mil aspectos fantásticos y mil
formas diversas, aunque todas magníficas y
estupendas, tanto que no sería capaz de describir
ni una sola de ellas. Observé con estupor que los
vehículos, al llegar junto a los grupos ((**It17.300**)) de las
casas, a los pueblos, a las ciudades, pasaban por
encima, de manera que el que en ellos viajaba veía
al mirar hacia abajo los tejados de las casas, las
cuales, aunque eran muy elevadas, estaban muy por
debajo de aquellos caminos, que mientras
atravesaban el desierto estaban adheridos al suelo
y, al llegar a los lugares habitados, se
convertían en caminos aéreos, como formando un
mágico puente. Desde allá arriba, se veían los
habitantes en las casas, en los patios, en las
calles y en los campos, ocupados en labrar sus
tierras.
Cada una de aquellas calles conducía a una de
nuestras Misiones. Al fondo de un camino
larguísimo que se dirigía hacia Chile, vi una casa
1 con muchos Salesianos, los cuales se ejercitaban
en la ciencia, en la piedad, en los diferentes
artes y oficios y en la agricultura. Hacia el
Mediodía estaba la Patagonia. En la parte opuesta,
de una sola ojeada, pude ver todas nuestras casas
de la República Argentina. Las del Uruguay,
Paysandú, Las Piedras, Villa Colón; en Brasil pude
ver el Colegio de Niterói y muchos otros
institutos esparcidos por las provincias de aquel
imperio. Hacia Occidente se abría una última y
larguísima avenida que, atravesando ríos, mares y
lagos, conducía a países desconocidos. En esta
región, vi pocos Salesianos. Observé con atención
y pude descubrir solamente a dos.
En aquel momento, apareció junto a mí un
personaje de noble aspecto, un poco pálido,
grueso, de barba rala y de edad madura. Iba
vestido de blanco, con una especie de capa color
rosa bordada con hilos de oro. Resplandecía en
toda su persona. Reconocí en él a mi intérprete.
->>Dónde nos encontramos?, le pregunté
señalándole aquel último país.
-Estamos en Mesopotamia, me replicó.
->>En Mesopotamia?, le repliqué. Pero, si esto
es la Patagonia.
-Te repito, me replicó, que esto es
Mesopotamia.
-Pues a pesar de ello... no logro convencerme.
-Pues así es: Esto es Me... so... po... ta...
mia, concluyó el intérprete silabeando la palabra,
para que me quedase bien impresa en la memoria.
->>Y por qué los Salesianos que veo aquí son
tan pocos?
-Lo que no hay ahora, lo habrá con el tiempo,
contestó mi intérprete.
Yo, entretanto, siempre de pie en aquella
llanura, recorría con la vista aquellos caminos
interminables y contemplaba con toda claridad,
pero de manera inexplicable, los lugares que están
y estarán ocupados por los Salesianos. íCuántas
cosas magníficas
1 Todos los detalles topográficos anteriores y
los que siguen, parecen indicar la casa de Fortín
Mercedes, a la orilla izquierda del Colorado. Es
la casa de formación de la Inspectoría de San
Francisco Javier, con estudiantado numeroso,
escuelas profesionales, escuela de agricultura, y
santuario, meta de peregrinaciones.
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