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((**Es17.261**) Pero seguidamente, reflexionando, comprendí que el número era pequeño porque se habían distribuido por muchos sitios, como simiente que debía ser transportada a otro lugar para ser cultivada y para que se multiplicase. Aparecían en aquella llanura muchas y. numerosas calles formadas por casas levantadas a lo largo de las mismas. Aquellas calles no eran como las de esta tierra, ni las casas como las de este mundo. Eran objetos misteriosos y diría casi espirituales. Las calles se veían recorridas por vehículos o por otros medios de locomoción que, al correr, adoptaban mil aspectos fantásticos y mil formas diversas, aunque todas magníficas y estupendas, tanto que no sería capaz de describir ni una sola de ellas. Observé con estupor que los vehículos, al llegar junto a los grupos ((**It17.300**)) de las casas, a los pueblos, a las ciudades, pasaban por encima, de manera que el que en ellos viajaba veía al mirar hacia abajo los tejados de las casas, las cuales, aunque eran muy elevadas, estaban muy por debajo de aquellos caminos, que mientras atravesaban el desierto estaban adheridos al suelo y, al llegar a los lugares habitados, se convertían en caminos aéreos, como formando un mágico puente. Desde allá arriba, se veían los habitantes en las casas, en los patios, en las calles y en los campos, ocupados en labrar sus tierras. Cada una de aquellas calles conducía a una de nuestras Misiones. Al fondo de un camino larguísimo que se dirigía hacia Chile, vi una casa 1 con muchos Salesianos, los cuales se ejercitaban en la ciencia, en la piedad, en los diferentes artes y oficios y en la agricultura. Hacia el Mediodía estaba la Patagonia. En la parte opuesta, de una sola ojeada, pude ver todas nuestras casas de la República Argentina. Las del Uruguay, Paysandú, Las Piedras, Villa Colón; en Brasil pude ver el Colegio de Niterói y muchos otros institutos esparcidos por las provincias de aquel imperio. Hacia Occidente se abría una última y larguísima avenida que, atravesando ríos, mares y lagos, conducía a países desconocidos. En esta región, vi pocos Salesianos. Observé con atención y pude descubrir solamente a dos. En aquel momento, apareció junto a mí un personaje de noble aspecto, un poco pálido, grueso, de barba rala y de edad madura. Iba vestido de blanco, con una especie de capa color rosa bordada con hilos de oro. Resplandecía en toda su persona. Reconocí en él a mi intérprete. ->>Dónde nos encontramos?, le pregunté señalándole aquel último país. -Estamos en Mesopotamia, me replicó. ->>En Mesopotamia?, le repliqué. Pero, si esto es la Patagonia. -Te repito, me replicó, que esto es Mesopotamia. -Pues a pesar de ello... no logro convencerme. -Pues así es: Esto es Me... so... po... ta... mia, concluyó el intérprete silabeando la palabra, para que me quedase bien impresa en la memoria. ->>Y por qué los Salesianos que veo aquí son tan pocos? -Lo que no hay ahora, lo habrá con el tiempo, contestó mi intérprete. Yo, entretanto, siempre de pie en aquella llanura, recorría con la vista aquellos caminos interminables y contemplaba con toda claridad, pero de manera inexplicable, los lugares que están y estarán ocupados por los Salesianos. íCuántas cosas magníficas 1 Todos los detalles topográficos anteriores y los que siguen, parecen indicar la casa de Fortín Mercedes, a la orilla izquierda del Colorado. Es la casa de formación de la Inspectoría de San Francisco Javier, con estudiantado numeroso, escuelas profesionales, escuela de agricultura, y santuario, meta de peregrinaciones. (**Es17.261**))
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