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impasible y resignado a la santa voluntad de Dios.
El día veintiséis escribía al príncipe
Czartoryski: <>. Un rasgo amoroso de la
Providencia vino pronto a premiar su confianza en
Dios y a alentar a los pusilánimes. Se necesitaban
inmediatamente diez mil liras para reparar lo
antes posible la encuadernación y llegó
inesperadamente una carta de Francia con un cheque
para cobrar precisamente aquella cantidad.
Los alumnos del colegio Manfredini, conmovidos
al oír la narración de la desgracia que les hizo
don Juan Bautista Tamietti, improvisaron una
colecta con la que recogieron ciento noventa y
cinco liras. El Director las envió a don Juan
Bautista Lemoyne, para que las presentase a don
Bosco, el cual quedó vivamente emocionado y
encargó al mismo Lemoyne que les diera las
gracias, indicándole el esbozo de la carta 1.
Hasta el Papa, informado de la desgracia, ((**It17.299**)) envió
a don Bosco una bendición especial para consolarle
2 .
Llegóse, entre tanto, a la víspera de la
partida. A lo largo de toda la jornada, seguía don
Bosco con la idea puesta en Monseñor y los otros
que iban a marchar tan lejos, y en la absoluta
imposibilidad de acompañarlos, como las veces
anteriores, hasta el embarque. Esto y más aún la
imposibilidad de darles al menos el adiós en la
iglesia de María Auxiliadora le causaban
sobresaltos de conmoción, que por momentos le
oprimían y le dejaban abatido. Y he aquí que, en
la noche del treinta y uno de enero al primero de
febrero, tuvo un sueño semejante al de 1883 sobre
las Misiones. Lo contó a don Juan Bautista
Lemoyne, el cual lo escribió inmediatamente. Es el
siguiente:
Me pareció acompañar a los misioneros en su
viaje. Hablamos durante unos momentos antes de
salir del Oratorio. Todos estaban a mi alrededor y
me pedían consejo; y me pareció que les decía:
-No con la ciencia, no con la salud, no con las
riquezas, sino con el celo y la piedad, haréis
mucho bien, promoviendo la gloria de Dios y la
salvación de las almas.
Poco antes estábamos en el Oratorio y después,
sin saber qué camino habíamos seguido y de qué
medios habíamos usado, nos encontramos
inmediatamente en América. Al llegar al final del
viaje, me vi sólo en medio de una extensísima
llanura, colocada entre Chile y la República
Argentina. Mis queridos misioneros se habían
dispersado tanto por aquel espacio sin límites que
apenas si los distinguía. Al contemplarlos, quedé
maravillado, pues me parecían muy pocos. Después
de haber mandado tantos Salesianos a América,
pensaba que vería un mayor número de misioneros.
1 Ap. Doc. núm. 39.
2 Carta de don Francisco Dalmazzo a don Bosco,
Roma 3 de febrero de 1885.
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